La pregunta era la misma. Deslizaba interrogantes con la inocencia propia de su edad. Había estudiado las invasiones bárbaras, un acontecimiento histórico que generó en él un afán casi desmedido por estudiar y leer las consecuencias del desmoronamiento del Imperio Romano de Occidente. Pese a tener 17 años, analizaba la actualidad política, social y económica con la antipatía de Vargas Llosa, pero el resultado de sus conclusiones evidenciaba una realidad que se escapaba a la coherencia democrática de millones de conciudadanos. Los paralelismos del siglo V con la realidad se antojaban paradójicamente metafóricos, con similitudes solo apta para fisonomistas. Álvaro veía la tele y ojeaba la prensa con la sombra irremediable de los ostrogodos, visigodos... y francos. Imposible no recrear la toma de territorios con la imagen del gran Clodoveo o Eurico, que vinieron a reivindicar los derechos sobre la patria española frente a los salvajes. La aparición de lo que más tarde sería el sistema feudo-vasallático fue cosa de bárbaros. Con proclamas populistas querían convencer a la plebe de sus democráticas y esperanzadoras intenciones, lo que conllevó a los terratenientes a ir adquiriendo cada vez más poder. Muchos de ellos, con el tiempo, disfrutarían de cargos nobiliarios como el de conde o duque, entre otros. Sin embargo, pese a las evidencias más palpables, algunos siguieron confiando en sus propuestas, con un impulso significativo que alarmó a una gran parte de la población que veía en sus ideas un retroceso medieval de aquí te espero. Álvaro preguntaba a su abuelo cómo era vivir en la oscuridad de su época, donde la luz no se prendía sin permiso del tacón militar. Cuestionaba quién sería capaz de desear una vuelta tan desastrosa, por lo menos, quién daría alas a los dragones de fuego. Su querido cuasi progenitor le apuntaba algunas lecciones de vida que le servirían de guía para entender y luego frenar el esplendor de los bárbaros, porque como siempre decía, "más vale verlos con tiempo que lamentarnos cuando no haya remedio": "Álvaro, la lucha se hace con dialéctica y persuasión, leyendo, confrontando ideas y dejando claro que lo racional debe vencer a los falsos sentimientos". Sin embargo, no encontraba las bases sociales ni económicas del auge de los bárbaros. Ni en los libros de historia, ni estudiando a los grandes teóricos, nada. La clave estaba en la calle, en el herrero, en el aguador, en el chambelán o en los escribanos. Álvaro tenía claro que el apogeo de los bárbaros no era flor de un día, sino de un proceso meditado de acción que se traduciría en un incremento de cercanos que sorprendería a propios y extraños. Y así fue. Pasado el tiempo, Álvaro se matriculó en el grado de Ciencias Políticas, con la idea de cumplir el sueño que comenzó ojeando los libros de historia para encontrar similitudes con personajes y fenómenos políticos y sociales de la actualidad. En su primer día como universitario, el destino le hizo un guiño de humor que nunca olvidaría: "Buenos días, estimados alumnos, mi nombre es Mohamed A-Bascal, y seré su nuevo profesor de ética política".

@luisfeblesc