Italia, años setenta, una democracia republicana pudriéndose lentamente, asesinatos de las Brigadas Rojas y terrorismo de ultraderecha, aguda crisis económica y corrupción cuasiinstitucionalizada, y sobre la mesa de Giulio Andreotti, el Divino, una encuesta electoral terrible, con la Democracia Cristiana desangrándose y el resto de los partidos fragmentándose como en una explosión, y el líder comenta con su vocecilla a sus condotieros:

-Esto no es inestabilidad. Italia ha decidido votar al caos.

-¿Y cómo salimos de esta?

-Votando al caos también.

Y unas semanas después se firmó el acuerdo del Pentapartito. Antes Andreotti -sí, Andreotti- había gobernado tres años con el brioso apoyo del Partido Comunista de Italia.

España vive un proceso de italianización electoral pero, para conseguir garantizar la gobernabilidad del país, le falta algo que no tiene: italianos. Con italianos en lugar de españoles pasado mañana tendríamos gobierno. Duraría medio año, pero tendríamos gobierno. Con esto de ahora es casi imposible, aunque se atisba una solución para la investidura: una suma entre el PSOE, UP, la parejita errejonista con Compromís realquilado, el PNV, el diputado de Miguel Ángel Revilla y el gallego que aterrice en Madrid, al que podrían sumarse, vete a saber, los diputados nacionalistas canarios. Son 167 escaños, pero con la abstención de Esquerra Republicana Pedro Sánchez -el máximo responsable de este estropicio, en el que el PSOE ha pagado un alto precio- podría alcanzar la Presidencia del Gobierno. Pero una cosa es ser elegido presidente y otra estar en condiciones de gobernar, empezando por aunar una mayoría parlamentaria que te apruebe los presupuestos generales. A este respecto debería repasarse el programa electoral con el que se presentó ERC a estas malhadadas elecciones. Su objetivo básico y explícito es la apertura en las Cortes de un proceso político y jurídico hacia una consulta sobre la independencia de Cataluña; la primera exigencia, para abrir un diálogo al respecto, es la liberación de lo que considera presos políticos. Está escrito, negro sobre blanco, no hay manera de engañarse ni ERC pretende engañar a nadie. En ese punto -el central y prioritario- los republicanos coinciden casi exactamente con JxCat, y a esas fuerzas se suman los dos diputados de la CUP, a los que encantarían ver reducido el Congreso de los Diputados a cenizas.

Los partidos independentistas catalanes han salido reforzados en las urnas y avanzan hacia el 50% de los votos emitidos en su país. El president Quim Torra no convocará elecciones, como pronto, hasta la primavera: entretanto, no cabe esperar ninguna generosidad de las fuerzas soberanistas en las Cortes españolas, ningún gesto que pudiera oler a traición a los postulados independentistas ni a los dirigentes condenados por el Tribunal Supremo. La abstención de ERC se me antoja bastante problemática. No es posible recuperar y consolidar la gobernabilidad de España sin resolver la grave crisis política y territorial que supone el desafío secesionista en Cataluña.

La izquierda ha demostrado una estúpida debilidad estratégica. Con más votos que en abril -no muchos más, ciertamente- ha cosechado menos diputados. Pedro Sánchez podía haber conseguido unos 140 diputados tres o cuatro meses después de la triunfal moción de censura contra Mariano Rajoy. Prefirió atornillarse en el Gobierno y en el aparato del Estado para articular una incesante política de propaganda, diseñar un discurso un día progresista y federalista y otro socioliberal y autonomista, y repartir cargos y canonjías entre sus leales. Es un líder que no ha dejado de equivocarse jamás y se ha especializado en victorias pírricas, pero nadie le exigirá nada en la asustada dirección del PSOE, que ha visto perder más de 700.000 votos. Si no consigue que Unidas Podemos entre en el próximo Gobierno, Pablo Iglesias está acabado políticamente, y se pondrá en marcha la operación de entronizar a Evita, es decir, a Irene Montero, inminente musa de los descamisados. Más País no durará mucho: acabará su recorrido en el PSOE o cuando a Íñigo Errejón se le terminen de caer los dientes de leche: lo que ocurra antes.

El perrito de la campaña de Albert Rivera fue una profecía. Olía a leche, efectivamente, a la leche que se pegó anoche Ciudadanos. Rivera es otro cadáver político y el responsable del fracaso de un partido de centro liberal en España. Pablo Casado gana escaños pero no sale del rincón del perdedor. El ganador es el facha, por supuesto. Vox ha apelado eficazmente al miedo, el cabreo y el resentimiento. Al ensueño de la catástrofe. Al fantasioso borrón y cuenta nueva. Más de 3.600.000 votos. ¿Son todos fascistas, ultraderechistas, neofranquistas? No, no lo son, exactamente como en las cárceles -como todo el mundo se entera al entrar- no hay ningún culpable.

En Canarias ha ganado la derecha más dura y más centralista. Ciudadanos -que era ya un gaseoso vodevil- ha desaparecido. El PSOE pierde 15.000 votos en Las Palmas y 10.000 en Santa Cruz de Tenerife. Crece el PP y, sobre todo, Vox consigue dos diputados concedidos por las clases medias de ambas capitales canarias para darse una ducha de tonificante escándalo. Y una apuesta: los dirigentes de Coalición Canaria no dedicarán medio minuto a analizar y explicar su caída: han perdido desde abril más de 25.000 votos en la provincia tinerfeña, mientras que en Las Palmas la suma de CC y Nueva Canarias en las pasadas elecciones casi dobla lo conseguido ayer por la alianza electoral, aunque Pedro Quevedo consiga apuradamente su escaño. Coalición ha dejado claro -gracias a los buenos oficios de Fernando Clavijo y sus deudos y sus enjuagues- que está dispuesta a agonizar sin mayores explicaciones a sus militantes y electores, a espicharla en un respetuoso silencio.

El caos ha llegado para quedarse hasta que la transformación de las élites políticas sepa domesticarlo como una fuente de renovación democrática legitimadora del sistema político español. Sospecho que tardaremos todavía un ratito.