El muchacho que desafió la electricidad, ahora, en la relativa madurez, ha desafiado la tiranía del clic, este pavoroso presente de Internet, que sirve para que, con un simple golpe de tecla, se edifiquen o se rompan prestigios de personas, sociedades o empresas. Sin otro argumento que el a mi me lo dijeron, o sea, del rumor de bar, la sociedad se ha aprestado feliz a hacer caso de lo que no está confirmado, para llenar el aire del tufo infecto de la mentira o del lugar común.

Ese muchacho, nacido en Teruel como al asturiano Clarín lo nacieron en Zamora, se crió a los pocos meses en Tenerife, y a su relativa madurez, tiene 47 años, mantiene amigos de todas sus épocas y en todas partes. Siendo periodista (ejerce de subdirector en El País, fue pionero de su edición digital, en España y en México, estudió en su escuela, donde ha enseñado y enseña) es una rara avis, porque siempre prefirió el sentido común de la confirmación (de las noticias propias y de las ajenas), así que ha tenido que luchar contra La tiranía del clic, el libro que le acaba de publicar la muy avispada editorial Turner en España y en América.

Él se llama Bernardo Marín García. Es hijo de ingeniero y de catedrática de Francés, con la que aprendió a leer. Con su abuelo Manuel García Borges, proustiano y ajedrecista, aprendió ambas especialidades, tan útiles para un periodista, y es, en el periodismo y en la vida, amigo de todo el mundo, como Kim de la India. Ahora que ha salido este libro, ante el que deben temblar los rápidos de dedos, en este oficio al que tantas veces se aplica la electricidad de decirlo primero aunque no se sepa bien, le han salido esos amigos a abrazarlo, en todos los medios que son su competencia. Él ha hecho de la amistad un oficio marcado por una bondad extraña en la época.

El libro es una alerta general contra esa tiranía de la velocidad en periodismo, pero también en la vida. Bernardo Marín describe, con ejemplos que él mismo ha vivido, en las redacciones y en todas partes, una situación que prolonga la que expone en Sobre la tiranía el también imprescindible Timothy Snyder, del que les conté aquí la pasada semana. Casi jugando, los elementos del periodismo han sido dejados de la mano por los periodistas que han visto el cielo (oscuro) abierto con la posibilidad de inventar la confusión entre periodismo e información. En ese cielo que Internet nos tenía prometido se ha encontrado un infierno que puede dar al traste con lo que debe marcar la convivencia: el respeto a los hechos y, sobre todo, el respeto a la verdad de los hechos.

La tiranía del clic es una alerta que apela a todos. Hoy, cuando acaba una campaña electoral desagradable y hosca, en la que la información ha valido menos que las verdaderas noticias, en las que las encuestas, muchas veces sacadas de un clic desinformado, se hace urgente leer a Bernardo Marín para que su experiencia avise, como sugería Espronceda, contra ese sol aparente que nos da visitas pero no nos da la razón.

Es un libro breve, 92 páginas, pero no es un breviario. Es una carta de batalla a favor de una vieja aspiración, que el periodismo sea un modo de definir la verdad, a partir de la confirmación de los hechos. Cuando apareció Internet, los desaprensivos, que son legión, creyeron que había muerto el dios del periodismo, que es el dato, y que si esa muerte ya era oficial todo estaba permitido. Bernardo Marín establece aquí, con la humildad firme que es rasgo de su carácter, un canon propio que exige calidad contra el pincha-pincha.

La leyenda familiar dice que en su infancia se tragó un enchufe en plena actividad. Sobrevivió a la amenaza de la velocidad de la luz, y ahora se empeña contra la velocidad del clic. Esta guerra resulta más difícil de ganar. El pestañeo de la mentira, la tentación del rumor, son venenos lentos y gustosos, en los que caemos como moscas felices. Atentos a las alertas de Bernardo, el muchacho que desafió la electricidad y que ahora pone en su sitio a los pincha-pincha.