Siendo que este domingo estamos convocados a las urnas, para votar a los diputados y senadores que formarán las nuevas Cortes Españolas, esta pasada semana he procedido a convocar a los miembros de la familia para discutir el horario en que se podría producir esa votación.

He de expresarles, con cierto pesar, que me encontré con una fuerte oposición y calentura de casi todo el mundo. No voy a transcribir las poco cariñosas palabras que se dedicaron a los actuales partidos políticos, pero no detecté entusiasmo por la jornada de votación. Mi cuñado me advirtió que este domingo tiene la intención de dar la vuelta a la Isla en moto y que salvo que le pongan ruedas a una urna y ésta sea capaz de alcanzarle en la carretera, no ve muchas posibilidades de que se tropiece con ella. Mi suegro apareció en la reunión con una gran bandera española con el aguilucho, un escapulario con la imagen de un tipo con barba y descamisado y cantando "montañas nevadas y banderas al viento", lo que me hizo pensar que sí va a votar. Le di una botella de chinchón para que permaneciera ocupado y no me reventase la asamblea.

Mi suegra tuvo una brillante intervención en la revista a las últimas tres elecciones y a sus inútiles resultados, se interesó vivamente por la salud de los progenitores de toda la clase política y terminó señalando que se estaba enfrentando a un grave problema. Según indicó, las mediciones previas que había realizado, a ojo de buen cubero, le habían llevado a la evidencia de que la sustancia que quería depositar dentro del sobre electoral no cabe por la ranura de la urna. Con lo que temía que no podría emitir su voto soberano.

Una vez acabado este turno de intervenciones me dirigí al resto de la numerosa familia -hermanas, cuñados e hijos presentes- solicitando que sin fueran tan amables de dejar de chatear en los teléfonos móviles y participar en el debate. Hago un breve resumen de sus intervenciones: Una: "¿Elecciones? ¿Cuándo dices que hay elecciones? Ah, yo este domingo no salgo de casa". Dos: "Ah, sí. Eso de los partidos. ¿No se puede votar por guasap. Porque si no se puede, conmigo que no cuenten". Tres: "¿Cómo que votar? ¿Otraaaaaa veeeez? ¡¡Pero si ya votamos hace nada!! Venga hombre, vaya tomadura de pelo". Y cuatro: "A mi me gustaría votar, pero todavía no he desarrollado una cultura que vaya más allá del Call of Duty. Me siento inmaduro. Qué va, qué va". El resto siguió chateando.

Acabada esta primera y decepcionante fase de la reunión, como presidente accidental de la misma, tuve -he de confesarlo con inmodestia- una brillante intervención en la que puse en valor la necesidad de fortalecer nuestra democracia con la aportación de nuestros votos. Mi suegro, eructando chinchón, intentó reventar mi oratoria gritando contra la casta y los chiringuitos de los políticos. Una facción de mis sobrinos boicotearon el discurso declarándose anarcocapitalistas y partidarios de la abolición de "cualquier forma de Estado opresor". Y el resto de la familia se dedicó a planear la posibilidad de organizar una chuletada en Las Raíces, "pero no como una forma de eludir la responsabilidad de votar, sino como una manifestación transversal de protesta contra el consumo de carnes y tinto pirriaca que tanto está erosionando a la sociedad de nuestras Islas". Esto último lo indicó mi cuñado con la evidente intención de tomarme el pelo.

Llegado el momento de la verdad, procedí a someter a votación de toda la familia la cuestión de ir a votar o no. El acuerdo no fue posible. Mi suegro quería más chinchón y yo no tenía. Mi cuñado que le prestara mi moto. Y uno de mis hijos una Play Station nueva. Negociamos durante horas, pero nadie daba su brazo a torcer en sus exigencias. Finalmente apareció mi mujer y disolvió la reunión echándonos una bronca por el estado en el que estaba el salón de la casa.

A la vista de lo cual, les comunico que va a ser imposible que acudamos a votar por la falta de acuerdo en las negociaciones que hemos tenido al respecto y la irresponsabilidad de algunos que han puesto los sillones, digo los chinchones, por delante de nuestras responsabilidades como ciudadanos. Albergo la esperanza de que para las próximas elecciones de dentro de unos meses podamos llegar a un gran pacto familiar. Y ya si eso, votamos.