Anteayer fue el último día para publicar sondeos, aunque -como sabe todo el mundo- siguen colgados en redes, actualizados como informaciones sobre cómo va el mercado de frutas y vegetales, o de origen andorrano. No existiendo una legislación europea sobre encuestas -cada país gestiona el asunto de acuerdo con sus principios y tradiciones- pretender que se impida el acceso a sondeos electorales es básicamente un esfuerzo inútil. De todas formas, la influencia de los sondeos en la decisión del voto no es tan determinante como se dice. Los políticos atribuyen a los sondeos una gran capacidad para condicionar el voto, y lo cierto es que -aunque puedan influir en algunos electores indecisos- no son determinantes.

Una parte muy considerable de la ciudadanía no está en absoluto atenta a esos sondeos y debates, seguidos con mucho más interés por personas que ya tienen clara su opción política. Los indecisos -más de un tercio de la población en estos momentos- no suelen estar pendientes de los avatares de la actualidad política: de hecho, las cifras de indecisos tienden a corresponderse finalmente con las de la abstención. Apenas entre un diez o un veinte por ciento de quienes se declaran indecisos en los sondeos acuden finalmente a votar. Y un porcentaje importante de esos que al final sí votan, si dicen a los encuestadores no saber qué votarán, es porque no quieren revelar su voto. Prefieren no dar pistas.

Para lo que sí son útiles los sondeos es para determinar tendencias: los que se han publicado estos días -con la excepción del sondeo del CIS, que es un caso aparte- nos revelan tres cuestiones coincidentes y básicas: la primera, un cierto rearme de un bipartidismo imperfecto, corregido por una creciente radicalización y bipolarización del electorado. La segunda es el escaso trasvase de votos entre bloques. Quien vota izquierdas podrá transferir su voto de Podemos al PSOE, o del PSOE a Podemos, o de ambos a Más País, pero es difícil que los votos de izquierda se transformen en votos de derecha. Y viceversa: en la derecha tampoco se producen corrimientos fuera de bloque. Esa petrificación ideológica, ajena a los comportamientos políticos españoles hasta hace unos años, cuando el PSOE y el PP se alejaron del centro, explica la tercera de las tendencias que reflejan los sondeos, que es la volatilidad del espacio político centrista, recuperado por Ciudadanos hace un par de legislaturas, para ser abandonado después por Albert Rivera, que renunció a sus referencias moderadas ante la posibilidad de sobrepasar a un PP castigado por la corrupción. Rivera pagará en estas elecciones con un contundente batacazo -quizá irreversible- su rechazo a ocupar un espacio centrado en la política española, para competir con el PP y Vox en la derecha.

Los sondeos no suelen cambiar los resultados, pero pueden adelantarlos. Y en estas ocasiones predicen con claridad que la izquierda no logra crecer lo suficiente para gobernar sin contar con los independentistas, y que la derecha vive un repunte extremista, con Vox duplicando sus resultados. O cambia la actitud de los partidos constitucionales o el Congreso que salga de esta cita con las urnas va a ser más inútil que el que había antes de adelantar las elecciones.