No entiendo bien a los que insisten en que Pedro Sánchez ganó ese soporífero debate. El presidente en funciones no ganó nada: escapó loco. Sánchez no es (nunca lo ha sido) ni un gran orador ni un dialéctico hábil. No sabe debatir ni le ha interesado aprender a hacerlo. Como pruebas, que se ponga a leer literalmente sus propuestas u observaciones en varios tramos del debate, que no mire a la cara al resto de los participantes, que sea incapaz de responder a una pregunta directa -la de Pablo Casado sobre el hipotético apoyo de ERC y JxCat a la investidura de Sánchez- y que jamás, jamás, improvise una frase, muestre un ápice de ingenio verbal, pruebe con el sentido del humor. Para atravesar -como un campo minado- sus múltiples contradicciones y su evidente ventajismo político a Sánchez ya no le basta con cualquier tontería. Tiene que acelerar el paso y seguir adelante apretando ligeramente los dientes, metamorfeado ahora en espíritu socioliberal volcado en la defensa del orden constitucional después de poner a Unidas Podemos en su sitio, supuestamente, la irrelevancia. De presumir como esperanza blanca de la socialdemocracia europea a renunciar, en un debate de semejante coyuntura, a perimetrar el mefítico posfascismo de Santiago Abascal. Renunciar a decirle incluso: pretende usted liquidar los valores constitucionales y mi partido, gane o pierda estas elecciones, se enfrentará a usted. Ni eso. Tuvo que encargarse Pablo Iglesias, quien sí demostró cierta dignidad al llamar a ese vomitivo neofranquismo por su nombre. Las izquierdas no hacen caso omiso del fascismo como algo desaseado, desagradable y vulgar. Lo combaten.

Las dos derechas chillaron mucho. Albert Rivera es ya un muerto viviente, pero todavía no lo sabe. Actuaba como un zombi atlético y dicharachero, cortando la palabra a todo el mundo, incluso a sí mismo, quizás porque ha sido y es su principal enemigo. Creer que se podía arrollar a una organización política como el PP en una legislatura para terminar pactando con la derecha del "capitalismo de amiguetes y de palco del Santiago Bernabeu", como decía Luis Garicano, no es una trayectoria brillante ni promete continuidad. Lo peor -de nuevo- fue lo de Abascal. No se trata de la producción de mentiras empapadas de racismo, misoginia, homofobia y reaccionarismo. Es el germinal éxito de Abascal y sus compañeros en la creación de un lenguaje propio, hecho por el estiércol verbal de los prejuicios, los miedos y el falso sentido común. Esta pequeña neolengua en expansión es propia de cualquier populismo emergente (de dictadura progre a inmigración destructiva) Las primeras encuestas andorranas señalan que Vox sigue creciendo y que podría obtener 50 escaños. Son muchos. Un resultado de medio centenar de diputados ya no es testimonial y apunta a una preocupante transversalidad del voto. Un voto de protesta airada en el fondo de un carajillo. Un voto contra el cambio, la incertidumbre, el resquebrajamiento de normas, expectativas y costumbre.

El espectáculo de una élite política avanzando en un proceso de autodestrucción puede ser interesante. A mí me da grima. Prefiero ver El exorcista.