No hay nada, pana, que pueda frenar el entusiasmo de la revolución. Ese hormigueo en las tripas del pueblo, que los repugnantes neoliberales dicen que es el hambre. Esa emoción que sienten niños y mayores cuando el caudillo adelanta la Navidad por decreto.

En Venezuela, para que se vayan enterando, las fiestas son cuando dicta la revolución, no el calendario. Y si el comandante dice que hace sol, se sale sin paraguas, aunque esté diluviando. "Qué se prepare todo el pueblo de Venezuela, la clase obrera, los trabajadores, todos los gobernadores y (por supuesto, que no se olvide la mención) la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Somos felices, la Venezuela bella, la que sí puede. Por un lado el trabajo y el estudio y por el otro la rumba". Qué hermosas palabras del bravo conductor de guaguas que pasó a conducir a todo un país. Así, con esa lírica, anunció las fiestas Nicolás Maduro. No para todo el mundo, sino para la Venezuela que puede. La que puede comer, quiso decir. La que va a celebrar la Chavidad -sí, así son de originales- con los 75.000 bolívares que el Gobierno va a darles a los que tengan el carné de la patria. O sea, a los patriotas.

Con esos tres euros en el bolsillo, miles de venezolanos saldrán a comprar turrones, peladillas, confitería, sidra, champán y hallacas en las calles iluminadas de una Venezuela que es como un diamante fulgente. Porque es así a pesar de que los medios imperialistas presenten los vídeos de ciudades desiertas, negocios vacíos, supermercados sin productos y millones de seres humanos víctimas de la desesperación. Todo eso es un invento. Y si no puede fulgir es porque se ha producido uno de los frecuentes cortes de electricidad que sufre la revolución, consecuencia de los atentados de agentes extranjeros.

Hay, como siempre, ciudadanos contrarrevolucionarios que opinan que Nicolás Maduro es un mamagüevo. Esos que salen a la prensa internacional con aspecto de miseria, con cara de no haber comido, dando mala imagen de un país en donde nadie se acuesta sin comer, porque se le mantiene de pie aunque sea clavándolo a la puerta.

Para replicar a todos estos descontentos el glorioso Gobierno revolucionario va a comprar once millones de dólares en sabrosos perniles. Después de varios años de un infame bloqueo jamonero por parte de Estados Unidos, Colombia, Portugal y las Islas Ferore y debido a los avariciosos comerciantes neocapitalistas, que tenían la desfachatez de querer cobrar los perniles a la gloriosa revolución, este año se ha reunido el dinero suficiente para poder adquirir unas miles de patas. Con un bono de Venezuela Victoriosa en la mano, el carné de la patria en la otra y una gorra militar en la totorota, aquellos que siguen manteniendo en pie la revolución bolivariana comerán jamón. Los traidores que se coman su fracaso. Y el pueblo que se dedique a masticar su miedo, que es de las cosas que más alimentan.