Cementerio de La Victoria de Acentejo. Mediodía del sábado. Durante la madrugada anterior y parte de esa mañana ha estado lloviendo muy fuerte. Mamá se dispone a ponerle un pequeño ramo de flores en el nicho de mi abuela. Al llegar junto a él, se encuentra con una imagen dantesca: el agua de esa tormenta, estancada en la terraza superior, cae en forma de cascada a lo largo de la hilera del bloque de nichos. El ayuntamiento está realizando obras de impermeabilización, pero ha postergado la colocación del papel asfáltico para priorizar otros aspectos. Hace poco, pasó lo mismo. En casa de herrero, cuchillo de palo.

Nada la detiene. En unos casos, entra sin cesar a través de la pequeña abertura de las lápidas nuevas y se pierde en su interior; en otras, atraviesa los cristales, colocados de manera corrediza, sobre cuya superficie se ha enquistado una mancha densa y opaca, como si fuese mugre. La pared la recorren diversas líneas de color terroso, que se asemejan a las lágrimas que caen por una mejilla, pero aquí la suciedad lo invade todo.

Mamá no habla, pero maldice por dentro, aunque estemos en un camposanto. Regresamos al día siguiente. Tratamos de limpiar ese desastre. Los nichos aún gotean por todos lados. A mi lado pasa una señora con su hijo. Se queda perpleja ante lo ocurrido. Le explico de dónde procede el agua y que todos deberíamos quejarnos formalmente al ayuntamiento porque las obras se han realizado mal y a destiempo. Asiente y me da la razón. Cinco minutos después, esa misma mujer consuela a otra diciéndole que eso no es nada; solo un poco de agua de lluvia. Mamá también hace lo propio con otra anciana, la cual le responde abiertamente que ella lo que tiene que hacer es callarse siempre, pase lo que pase. Para colmo, otro señor murmura y recibe nuestra explicación, pero comenta que deberíamos reunirnos todos los afectados y quejarnos. Luego, se marcha y nos da la espalda, haciendo un gesto de indiferencia con su mano, como si eso no fuese con él. Todas estas personas no saben lo que es vivir en comunidad y entienden que los males personales no afectan al conjunto.

Lunes. Tercer día. Mamá vuelve para comprobar cómo está el nicho, teniendo en cuenta que el jueves será Día de Difuntos. Los operarios del ayuntamiento se afanan por pintar toda la pared, sobre la cual ya actuaron semanas atrás. Ellos también comentan que nunca antes habían visto nada de tal calibre. Mamá camina. Sigo sus pasos. No habla. Sé a dónde va y el porqué. Tiene que hacerlo. Entra en el despacho del concejal encargado del cementerio. Tras plantearle el problema, el edil le dice que ya tiene constancia de él y que ese mismo día o el siguiente se pondrá el papel asfáltico. Le comento que no es lógico hacer una obra de estas características en los meses fríos, donde hay tendencia a llover; me responde que todo lleva un proceso administrativo y que si se ha mojado algo dentro del nicho, la culpa la tiene la lluvia. Además, ataca directamente a la corporación anterior, que era de otro partido, por no hacer las cosas bien. Hay un muro que nos divide de ese político, atrincherado en su actitud defensiva.

Se va. Solo ha logrado una promesa. Ni una sola de las personas que se han quejado o que han visto lo sucedido ha pedido responsabilidades. Por el contrario, todas se han puesto a limpiar la parte que les afectaba, pero siguen rumiando. No obstante, están contentas porque los operarios han terminado de pintar las paredes y todo reluce bajo un color blanquecino que esconde la verdad, como cuando barres la basura y la metes debajo de la alfombra.

Mamá me pregunta si ha hecho bien al actuar así. Le contesto que sí porque ha dado la cara, no para beneficiarse, sino para reclamar algo por el bien común. Ha comprendido lo que cuesta avanzar cuando no tienes el apoyo de otros y lo que supone acercarse al poder y cómo actúa quien lo detenta. Nadie se acordará de ese camino. Solo ella.

*Licenciado en Geografía e Historia