Penoso debate electoral la noche del viernes en la televisión pública. Jóvenes políticos, o de la generación que aún no alcanzó la veteranía, acosando con preguntas que no hacía el moderador al que estuviera en el uso de la palabra, para que trastabillara o renunciara a seguir expresándose según le venían las palabras. Este filibusterismo infantil forma parte hoy de la conversación nacional e internacional, incluye preguntas vanas, que no tienen sustento en hechos comprobados, para que el otro caiga en la cáscara de plátano. Ocurre en el mundo de la política cada vez más y es un componente más del universo de noticias falsas que denuncia Timothy Snyder en Sobre la tiranía, y pasa, ay, con mayor frecuencia aún que en la política en el periodismo de nuestros amores, donde se lanzan verdades como puños que no han sido verificadas, o para que las verifique algún día el lector o para que las verifiquen los jueces, si acaso los jueces se las toman en serio, o para que se olviden después de hacer el daño correspondiente.

El vicio de dejar a medias una información o de basar en nada una pregunta, hecha tan solo para dañar, es grave en política, naturalmente, porque es extraño al ejercicio ético de ese oficio. En periodismo es altamente peligroso, tanto o más que en la política, porque de la información depende el crédito que la sociedad le presta a los hechos, para hacer sus negocios o para tomar sus decisiones. Ahora cualquier cosa se puede decir, en las redes o en los medios, y dejar a la mitad su confirmación, esperando, como Bob Dylan, a que sople el viento y éste haga su imparable trabajo. Pero en general el viento no viene en auxilio del periodismo, así que supuestos hechos muy graves, que además la sociedad recibe como muy graves, se quedan pendientes de ser verificados porque los informadores ni redondearon su trabajo ni estimaron oportuno explicar de qué fuentes tomaron lo que saben y que la ciudadanía leyó o escuchó o contempló como si fuera cierto y viniera de alguna fuente concreta.

El problema de las fuentes afecta también a la política. Y se vio en este desgraciado debate absurdo de las preguntas en el aire, sin sustancia clara, hechas con la innoble manía de dañar al contrincante. Políticos cuya obligación es verificar no sólo lo que dicen sino lo que denuncian se basan en el periodismo, que les surte de material incompleto o averiado, o insuficiente, y basan las conclusiones a las que llegan de elementos inconclusos que ellos tendrían instrumentos para verificar por su cuenta.

En el último número de la revista Claves, su director, el filósofo Fernando Savater, habla de este problema que afecta al periodismo y, por tanto, a toda la sociedad, en este tiempo de las redes. Dice el maestro: "¿Y el oficio? ¿Qué será del periodismo, de los periodistas? Cuando cualquiera, a cualquier hora, sin mayor preparación que su osadía (aunque la supongamos bienintencionada) pueda transmitir novedades por las redes, ¿dónde quedará la misión eminentemente civilizadora del periodismo, que ha consistido en intentar una lógica, una ética y hasta una estética de las noticias?". No me resisto a copiar también lo que sigue diciendo el autor del admirable La peor parte: "Un periódico bien hecho nunca ha sido un simple centón de chismes y curiosidades, sino una revelación ordenada del mundo a través de la cultura y apoyada en la exigencia de veracidad".

Ahí coincide Savater con lo que Bill Kovach y Tom Rosenstiel consideran imprescindibles obligaciones del oficio. Estos nueve puntos están recogidos en su libro Los elementos del periodismo. "1. La primera obligación del periodismo es la verdad. 2. [El periodismo] Debe lealtad ante todo a los ciudadanos. 3. Su esencia es la disciplina de la verificación. 4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quien informa. 5. Debe ejercer un control independiente del poder. 6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario. 7. El periodismo debe esforzarse porque el significante sea sugerente y relevante. 8. Las noticias deben se exhaustivas y proporcionadas. 9. Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales".

Si hoy pasamos por el tamiz de lo que ocurre, de los que se insinúa en lo que se publica, de lo que queda en el aire e incompleto, veríamos que esas nueve consideraciones lapidarias se morirían de asco o al menos de hastío.