Con la obra peor que jamás se haya escrito -fueron sus palabras- José Zorrilla (1817-1893) ganó un lugar en la historia y clavó en el cielo de los mitos un tipo infame, cuyo apellido adjetivó a los conquistadores sexuales. Tras su fallido estreno en marzo de 1844, el vallisoletano despreció su drama en verso y, con veintisiete años, vendió sus derechos por cuatro mil reales. Ocho meses después, tras su reposición en la Noche de Todos los Santos lamentó su error porque el actor Carlos Latorre, picado por el fiasco inicial, y un buen elenco, cambiaron la suerte y fijaron el uso de su representación en el melancólico noviembre.

Desde hace una década, Timaginas Teatro cumple con el rito -este año en el Aguere lagunero- de traer a las tablas las andanzas del aventurero que dejó chico al Burlador de Sevilla, del rigorista Tirso de Molina, y que, tal vez, por las frecuentes colisiones entre la mendacidad y el arrepentimiento en nuestra cultura, tiene aún hoy atractivos poderosos para los espectadores. Obra básica en su repertorio, junto a piezas de autores y producciones propias del Siglo de Oro y contemporáneas, su original montaje sale como paradigma y sátira del drama de capa y espada, junta maestros y alumnos aventajados y cuenta con felices y sugestivos decorados y vestuarios de Carmensa Rodríguez, veinticinco desenvueltos actores y una docena de técnicos. Renovada anualmente su ágil versión, el grupo tinerfeño ha mostrado su trabajo a más de cincuenta mil escolares y lo ha paseado también para todos los públicos por las Islas, Madrid y capitales peninsulares.

En un asunto y territorio tan trillados, María Rodríguez y Armando Jerez plantean un montaje inteligente que contrasta el animado ritmo de las primeras escenas con la fascinación mágica de los espacios y secuencias sepulcrales, donde los personajes literalmente levitan en el panteón de las víctimas del aventurero. La sonoridad de los versos zorrillescos, dichos con naturalidad en la fusión de acentos y matizados con sensibilidad, dan cuerpo a una representación de notable nivel y cuidada estética, un lujo clásico que se agradece frente a la ola minimalista que, como expresión es interesante y, como costumbre, una plaga de impostada austeridad.