Las fakes news y los hechos alternativos no son fenómenos de la era Trump, sino la evolución final de los principios del marketing político -que se vuelven contra sí mismos- en un tiempo lleno de malestar y miedo en el que han desaparecido todas las certidumbres. El objetivo básico es la desinformación, que circula a una velocidad extraordinaria y multidireccional gracias a las tecnologías de la información y a las redes sociales, pero en realidad va más allá: no se trata de ocultar o deformar una realidad, sino de sustituirla. Los hechos alternativos se articulan para construir una realidad a medida, es decir, una posverdad. Una ficción que responda a un interés emocional de la mayoría, pero que realmente tiene como objeto reforzar el control del poder y actuar eliminando limitaciones, críticas y cortapisas.

Los hechos alternativos ya circulan alegremente por el espacio público, como puede comprobarse leyendo las memorias tempranas de Pedro Sánchez, el curriculum académico de Pablo Casado o la hipoteca de Pablo Iglesias, por no hablar por la financiación irregular del PP durante veinticinco años o la corrupción socialista en Andalucía. En cada una de estas circunstancias se han desarrollado un conjunto de hechos alternativos -una narratología escapista- para su rápida neutralización. La inmadurez del procedimiento, respecto al trumpismo y otros populismos victoriosos, es que todavía se utiliza por aquí a los medios de comunicación como mecanismos para implementar los mensajes y contramensajes. En su etapa más avanzada se trata de eliminar a los mediadores -periodistas, políticos, sindicalistas- y alimentarnos con patrañas que disuelvan contradicciones y exalten las decisiones de interés.

En la política canaria también existen, por supuesto hechos alternativos. Después de las elecciones autonómicas del pasado mayo, que ganó ampliamente el PSOE, se terminó fraguando un pacto entre los socialistas, Nueva Canarias y Podemos, al que se sumó, tras imponer sus exigentes condiciones, la ASG liderada por Casimiro Curbelo. En un principio parecía inverosímil que las fuerzas de izquierdas - y en especial Podemos - admitieran gobernar con Curbelo, y menos aún admitirle condiciones. De hecho esperó tres semanas a que el candidato de CC, Fernando Clavijo, pudiera urdir una mayoría de centro derecha a la que respaldar. Pero mágicamente todo se esfumó: la expulsión del PSOE por el escándalo en una sauna madrileña, el estilo de gobernar (y mandar) del líder gomero, las reiteradas acusaciones de un clientelismo sistemático jaleadas por socialistas y podemitas. Curbelo era de nuevo el compañero Casimiro: progresista, socialista, un keynesiano colombino en duermevela por los más necesitados, angustiado por la emergencia climática en Nueva York y Alajeró, adalid feminista y faro en la lucha contra la desigualdad. "Pero Casimiro", le dijo Jerónimo Saavedra para convencerlo, "si tú eres de los nuestros". Una frase cuya ambigüedad no deja de ser inquietante.

Los hechos alternativos establecieron que Curbelo era un complemento progresista natural en un gobierno de izquierdas.