Su resiliente majestad de la macarronesia, Ángel Víctor Torres, ha lanzado un inteligente mensaje de los planes que tiene su Gobierno, que es el nuestro: hay que derivar inversiones en infraestructuras a gasto social puro y duro. Y eso implicaría, para empezar, que el Fondo de Desarrollo Regional se transforme en una herramienta social, en vez de un programa de inversiones.

Como todo en la vida, la apuesta es discutible. El Fdcan, un programa lanzado por el anterior Gobierno, es un instrumento que prima las inversiones en las islas no capitalinas y genera obras y por lo tanto empleo. Reorientar este fondo a actuaciones sociales concederá más protagonismo a las dos islas mayores -donde se encuentra la mayor parte de la población- y probablemente tenga sus efectos negativos en el trabajo en la construcción.

Desde el punto de vista de las necesidades, la apuesta de Torres tiene sentido. No existen perspectivas de que Canarias pueda lograr financiación extraordinaria de Madrid. Las ayudas de Europa van a recortarse. Y la recaudación de impuestos propios en las Islas va a ir a peor. Enfrentado a este panorama, al Gobierno del pacto de las flores, para ser coherente con su apuesta electoral, solo le queda desvestir algunos santos para vestir otros que considera más urgentes. Hablo de su programa de implementación de las escuelas de cero a tres años, las inversiones contra el cambio climático, la renta ciudadana, las listas de la dependencia o la mejora de la sanidad pública. Demasiadas cosas que cuestan demasiado dinero que hoy ni existe ni se le espera.

Gobernar significa elegir. Y en unas circunstancias de asfixia financiera, este Gobierno va a tener que hacerlo, porque a la fuerza ahorcan. Y es lo que se percibe en las apretadas costuras de un presupuesto que quiere y no puede. Uno del que hablan maravillas, porque si quieres vender la burra más vale que te olvides de su cojera. Lo que ocurre es que tratar los síntomas de una enfermedad no es lo mismo que atacar sus causas. Canarias tiene una enorme y hasta cierto punto suicida dependencia de los fondos extraordinarios del Estado y de Bruselas, concedidos por nuestras singulares circunstancias extracontinentales. La raíz de nuestras penurias deviene de ese perverso modelo, mantenido por unos subsidios que son la sombra a la que malviven nuestras exportaciones agrarias, nuestro abastecimiento interior y nuestro modo de vida.

Los estudios de organizaciones del tercer sector advierten siempre de la existencia de grandes bolsas de pobreza en Canarias. Como si fueran una sorpresa. No lo son. Es la consecuencia de los bajísimos salarios y de una sobreabundancia de mano de obra disponible. De una tasa de paro que dobla la media nacional. Y de una riqueza que en gran parte se marcha fuera de las Islas.

Los fondos sociales son el tratamiento paliativo de los gobiernos para atender de urgencia las deficiencias coyunturales de la sociedad a la que sirve. Pero para tener fondos primero hay que obtenerlos. Si no tenemos sectores que generen riqueza, no habrá suficientes recursos para las haciendas públicas. El desarrollo económico es la mejor apuesta para que la gente tenga una vida digna basada en su trabajo. Reasignar los fondos de desarrollo de Canarias a programas sociales tiene buenas intenciones. Pero lo que parece bueno a corto plazo puede ser extremadamente malo para el futuro. Sin crecimiento económico no hay prosperidad.

Si alguien piensa que este larguísimo periodo de vacaciones que se ha tomado la política española no va a tener consecuencias, se equivoca rotundamente. El gasto público en España se ha disparado y los ingresos de este año están casi nueve mil millones por debajo de lo previsto. Y mientras sus señorías se desentienden en Madrid, los que mandan en Bruselas -los que nos dan los créditos que nos permiten gastar lo que no tenemos- ya nos han avisado de los ajustes multimillonarios que habrá que hacer el próximo año.

El Gobierno de España que salga de las urnas de noviembre será cautivo de esos recortes ineludibles. Cualquier mayoría que se forme, que no sea un gran acuerdo entre el PP y el PSOE o viceversa, llevará aparejadas concesiones de financiación a Cataluña, País Vasco o Valencia, que son los territorios con peso territorial propio en el Congreso. Y mezclando esos dos escenarios -recortes por un lado y concesiones por el otro-, las expectativas de Canarias de conseguir una financiación extraordinaria adecuada a sus enormes necesidades, languidece.

El destino de nuestro bienintencionado Gobierno -y de cualquier otro, para ser justos- es intentar intentar sobrevivir aferrados a la tabla de salvación de nuestro propio esfuerzo fiscal. Pero eso, por decirlo mal y pronto, no nos sacará de pobres. Y si la tabla se vuelve más pequeña, porque cae el turismo y se gripa la economía europea, el peso de la pobreza nos arrastrará hasta el fondo. No vean las ganas que tengo de equivocarme.