Algunas personas nos demuestran que es posible asumir el sufrimiento de la vida, utilizarlo como agua de molino y transformarlo alquímicamente en combustible para un servicio desinteresado y, además, sin otorgarle excesiva importancia. Llevan años y años dedicándose a la entrega compasiva de mujeres y hombres en su última etapa vital, así como a la de sus familiares. Por eso, saben muy bien lo que dicen cuando afirman que la muerte no nos espera al final de un largo camino, sino que siempre se sitúa junto a nosotros, en la médula de cada momento que pasa. La muerte es esa maestra secreta que, oculta a nuestra vista, nos ayuda a descubrir lo que de verdad importa. Y ello es así porque ambas constituyen las dos caras de la misma moneda. Es imposible separarlas. Sin embargo, la buena noticia es que no se necesita aguardar a ese inevitable final para hacer realidad la sabiduría que comporta. Basta con dejarnos guiar por él para afrontar una existencia de mayor significado. Así, reflexionar sobre la muerte puede conllevar una repercusión profunda y positiva, no solo sobre la forma en la que vayamos a morir sino, especialmente, sobre el modo en el que vayamos a vivir.

La vida nos expone a diversas oportunidades de aprendizaje que, si somos capaces de detectar, deben ser objeto de nuestra atención. Cuando se vive una existencia iluminada por el hecho de la despedida, dicha idea alumbra nuestras decisiones. En ese sentido, la defunción es mucho más que un acontecimiento médico. Se traduce en un tiempo de crecimiento, en un proceso de transformación. Varios expertos en la materia establecen cinco orientaciones fiables para enfrentar dicho trance con garantías, con la ventaja adicional de que pueden aplicarse con el mismo acierto en todo tipo de transiciones y crisis, desde mudarse a una nueva ciudad a abandonar una relación de pareja, pasando por acostumbrarse a vivir sin los hijos o sufrir un revés laboral. Cinco puertas abiertas a la vida. Cinco prácticas insondables que han de materializarse a través de la acción, en las que cabe profundizar constantemente y que se resumen como sigue. La primera: no esperes, porque estarás perdiendo el presente. La segunda: da la bienvenida a todo, sin rechazar nada. La tercera: pon todo tu ser en la experiencia. La cuarta: encuentra un momento de reposo en medio de los acontecimientos. Y la quinta y última: cultiva una mente abierta y curiosa.

Sin duda, este inicio del mes de noviembre es particularmente propicio para reflexionar al respecto. El día 1 se celebra la Festividad de Todos los Santos, mientras que la jornada posterior alberga la de los Fieles Difuntos. Yo, otro año más, recordaré a quienes me precedieron en el tránsito a la otra vida de idéntica manera a como lo hago a diario. En mi mente y en mi corazón siguen estando junto a mí. Siento su presencia y su aliento. Guardo su ejemplo como el bien más preciado y trato de no defraudarles con mis actos allá donde estén. Rezaré, pues, por ellos, como lo hice ayer, mañana y siempre. Y les pediré que nunca me dejen sola y que me ayuden a acertar en mis decisiones. Y no dejaré de darles las gracias eternamente por haberme querido tanto y tan bien, y por haberme dejado como herencia una fe que me esfuerzo en conservar y en transmitir. Y su estela guiará mis pasos eternamente. Limpiaré de nuevo sus lápidas y colocaré bellas flores sobre sus restos. Desconozco el hogar donde residen sus almas, pero sé que lo que queda de sus cuerpos -que tantas veces besé y abracé- reposa bajo una tierra que, mientras no me fallen las fuerzas, exhibirá orgullosa, a salvo del barro y las malas hierbas, los colores y los aromas de la naturaleza.

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