Ocurrió en Thailandia hace años. Los elefantes asiáticos son pequeños, pero pesan 5 toneladas. Fui a verlos. Impresionan, trompudos y con unas patas que dan miedo. En una exhibición, preguntaron quién quería colocarse en una portería a intentar parar los disparos del bicho desde el punto de penalti. El animalito que llevó dentro, portero y exjugador de la Liga Nacional de Fútbol Sala, no se pudo reprimir. Y entonces me quite las cholas y los dos, con las patas al aire, en la arena, elefante y hombre, nos miramos de frente.

El bicho berreó y me retó. Yo me empolvé las manos, y me acerqué al trompudo. Nos miramos unos segundos, animal y hombre. Y después, a la portería y al punto de penalti. Tres disparos. El elefante le puso el alma al asunto. Pero yo le paré dos. Y en el tercero oí una voz en el público que decía: "hombre, déjate meter uno". No hizo falta. El paquidermo afinó bien el último. Lo coló por la escuadra.

Gané yo y no me sentí orgulloso. Al acabar, el bicho acercó su trompa a mi cara y me la pasó por el cuello. El premio por ganar, un masaje en mi espalda con las patas de 5 toneladas del trompudo apretando. Solo tenía que haber apretado para hacer tortilla de Santiago Negrín. Todo fue bien. Elefante y hombre acabamos mirándonos a los ojos. Yo le froté los colmillos. Y nos fuimos mirándonos de reojo, elefante y hombre?