La fiabilidad de los sondeos políticos es -en España- muy parecida a la de los pronósticos sobre el tiempo. No es que los sondeos se equivoquen de vez en cuando, es que no dan una ni a la de tres. Y -aunque nos resistamos a admitirlo- es razonable que así ocurra: la situación política es extraordinariamente volátil, con una gran masa de personas indecisas, hartas de acudir a las urnas para que su voto no sirva de nada, defraudadas por las promesas políticas o que no tienen nada claro: si irán o no a votar, o qué votarán en caso de decidirse a ir. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos prefiere pensar que las encuestas están manipuladas, que se hacen por encargo para ofrecer al que paga los resultados que quiere obtener. En realidad sólo en parte es así: la mayoría de los clientes que encargan un sondeo quieren saber la verdad, no que les digan lo que quieren escuchar. Lo que pasa es que -tras saber la verdad, o lo que los sondeos predicen (no siempre es lo mismo)-, suele hacerse algo de cocina para retocar y maquillar los resultados, de tal forma que las encuestas puedan ser doblemente utilizadas, como información estratégica antes de ser cocinadas, y como material de propaganda después. Durante años, escapaban a esa práctica los sondeos de los grandes medios de comunicación nacionales y los del CIS, pero hoy no escapa nadie: los grandes medios parecen cada día más implicados en la pelea política, y hoy sus sondeos son tan manipulados como los de los partidos. Y en cuanto al CIS, que fue durante décadas el refugio de la demoscopia pública, desde el aterrizaje de José Félix Tezanos, se ha convertido en un instrumento -muy potente, además- para el combate electoral.

La fiabilidad del CIS, a pesar de algunas acusaciones injustas, había logrado escapar durante décadas a esa tendencia general a considerar que los sondeos responden a intereses concretos y encargos de parte. Aquí se han comprado durante años sondeos para ser utilizados como propaganda electoral, sin que esa práctica contaminara al CIS, hasta que Tezanos se puso al mando. Desde entonces, el CIS ha cambiado de metodología en varias ocasiones, ha inventado sistemas de presentación cada vez más favorables al partido del Gobierno, y ha estirado las horquillas de sus resultados para poder decir después que sus pronósticos encajan. Pero no es cierto: en las últimas elecciones generales, el CIS se acercó en porcentajes, pero no clavó los resultados en diputados, que es lo que cuenta para el público. Pronóstico para el PSOE entre 123 y 138 diputados, (sacó 123, al extremo malo de la horquilla). A Podemos le atribuyó entre 34 y 41 (y sacó 42, al extremo bueno). Al PP 66-76 y sacó 66, también en el extremo malo, a Ciudadanos 42-51 y sacó nada menos que 57, y a Vox entre 29 y 37 y sacó sólo 24. A ERC entre 17 y 18, y sacó 15, y a JxCat entre 4 y 5 y sacó 7. Supongo que alguno podrá decir que fue un buen pronóstico, pero entre aquella presentación manipuladora destinada a asustar con el avance de Vox y clavar los resultados, hay tela que cortar.

El CIS repite ahora la jugada, presentando a diez días de las elecciones un macrosondeo bastante tramposo, realizado antes de la sentencia del procés y del desentierro de Franco. En él, el PSOE se mueve entre 133 y 150 escaños, y a Vox, por ejemplo, lo reduce en el 30 por ciento de sus votos. Eso sí, después de que los digitales publiquen unánimemente que el PSOE ganara con 150 diputados, ha salido Tezanos a decir que tampoco está claro que los pronósticos del CIS vayan a cumplirse. Cinismo se llama eso.