En torno a Pedro Zerolo había siempre como un sentimiento de jarabe saludable, la sensación de que nunca se iba a romper la armonía revolucionaria de su carácter. Que jamás iba a dejar solos a los que confiaron en él para ser más libres, o sencillamente para ser libres, para afrontar sus deseos y sus esperanzas con la gallardía con la que él afrontó, desde muy joven, su propia diferencia.

Ahora que ya no está ese jarabe saludable, esa sensación de frescor que tenía su vida que él regaló con su modo de ser es un faro, un acicate, un modo que tiene la sociedad de no olvidar que lo que él hizo no fue lo último que hizo. Que su ejemplo de persona libre, roja y republicana le sigue dando a la sociedad asideros para la esperanza de que esto que es tan difícil, vivir libremente, es posible, necesario, fantástico. Saludable.

Ese espíritu reinó este viernes último en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna, este centro de la libertad (y de lo libertario, como dice el gran profesor que sigue siendo Antonio Tejera Gaspar) que, en tiempos de Franco, fue capaz de defender lo que estaba prohibido por las leyes oscuras del régimen. A tres pasos de allí está el salón de los pasos perdidos que conmemora el asesinato de un muchacho, Javier Quesada, en el mismo sitio en que Fernando Sagaseta, líder comunista perseguido entonces, se atrevió a desafiar al régimen con una conferencia que no sólo era un mitin sino un poema civil para la historia.

El Paraninfo, pues, acogió a Pedro Zerolo y a la fundación que lleva su nombre para presentarla en su propio territorio, el de sus padres, el de sus hermanos, el de la hermosa ciudad en la que transcurrieron los años de la esperanza y también, al final de su vida, el de la rabia de no seguir con su bandera de ánimo sobre la tierra.

Fue imposible no recordar, en ese marco solemne que sigue siendo el Paraninfo, que allí se establecía, en asambleas toleradas por la autoridad académica desbordada por la historia, el compromiso para un país futuro. Allí y más tarde en Madrid Pedro fue abrigando el deseo, la determinación, de hacer de la lucha por la libertad de un país que venía de estar oscurecido un modo de recuperar la esperanza de que la República (que abrazaron su padre, sus tíos, sus antepasados) fuera otra vez la bandera de un país que durante cuarenta años fue peor que triste, encarcelado.

La voz de Fernando Delgado, nuestro amigo poeta, le puso palabras a la biografía de Pedro Zerolo; y la voz de éste circuló de nuevo por las venas de la historia, como una proclama civil a favor de la libertad y de la igualdad, de las mujeres, de los homosexuales, de la comunidad LGTBI, y en general de todos aquellos que recibieron el abrazo republicano de este muchacho al que la muerte se arrebató tan precipitadamente.

La Fundación Zerolo, presentada en este Paraninfo, forma parte ahora, pues, del legado que Pedro le deja a su tierra, que es una tierra sin fronteras, que es la naturaleza, por otra parte, de La Laguna. Una ciudad culta y despejada, en la que aprendimos a cantar los himnos que entonces sólo se podían decir en baja voz o, cuando las tormentas escampaban y la policía dejaba de estar en los alrededores, en los bellos parques que rodeaban el antiguo campus, alrededor del inolvidable Colegio Mayor San Fernando.

Fue una celebración hermosa. Zerolo siempre convirtió lo que tocaba en un bello himno de vida y libertad. Un rato después, en Santa Cruz, en el auditorio de la Fundación CajaCanarias, estuve escuchando a Ute Lemper, la extraordinaria cantante alemana. Cantaba un hermoso himno de Pete Seeger, a dónde han ido todas las flores. Sé adonde han ido todas las flores. Están aquí, viven, las trajo Pedro Zerolo. Este último viernes estaban siempre vivas en el Paraninfo.