Somos los niños de la Transición, generación de finales de los 60, principios de los 70. Nada que ver con los niños del siglo XXI, que lo tienen todo y nada que reprocharles. Nos enteramos más adelante, ya con más años, que pasamos de una dictadura a una democracia. Por entonces estábamos más interesados en el recién llegado yogur de fresa (cosa rica) o qué película ponían los sábados en Sesión de Tarde, después de los dibujos animados. Era lo que había.

Mi madre hacía la compra del mes con 5.000 pesetas, 30 euros de ahora, que cosas? La leche con gofio del desayuno era un tormento, eso sí, no se pasaba hambre durante la mañana. Jugábamos al fútbol en el recreo con cualquier cosa que fuera redonda. No sospechábamos que un día existirían los móviles. Al amorcito jugábamos con papelitos a escondidas y miradas devueltas que te hacían volver a casa con media sonrisa de pícaro.

En aquel Verano Azul de 1981, Chanquete nos conquistó para siempre. Creo que fue el padre de la democracia. Fuimos niños de una época de luces y sombras. Nos criaron en el esfuerzo, en trabajar y amar. La tele era un lujo e ir a un hotel innombrable. Suplicábamos por un paquete de Fritolay y comimos bocadillos de sardinas, en la orilla del mar, hasta hartarnos. Seguro que no fue ni la mejor ni la peor época, pero fue única y pura. No la cambiaría por nada.