Arrugada como una pasa, pero joven de espíritu. Buena como pocas. Su rostro define la dureza de una época que bromeaba con comer tres veces al día y soñaba con aprender a coger un lápiz para trasladar sus pensamientos al papel. Son de otra pasta, con un afán de superación que no requiere libros de autoayuda ni tutoriales de emprendimiento. Hasta verla bebiendo café reconforta, cómo disfruta cada sorbo a manera de recompensa por la tregua del guerrero. Sus manos enseñan el camino, las curvas de una vida dedicada al duro jornal del esfuerzo de trabajar la tierra. Educadora del futuro y misionera de la nobleza, reparte su sabiduría en el barrio, en el arrabal que hoy se ha convertido en un rincón sin esperanza. Coralia regala su sentido común, la perspectiva que ha ganado con los años y el arte de dulcificar y suavizar las calamidades pasadas. Ella, con su estilo de antaño, cuenta las historias en blanco y negro para atrapar al oyente. Es una buena oradora, cuando pregunta por el pescado del día o si hay hora para la peluquería; todos la atienden. Tiene una gracia innata, algo que no se consigue forzando, sino de forma natural. Coralia no tuvo la oportunidad de estudiar porque su madre le dijo "que solo estudiaban los varones y en casa no había tiempo para libros". Lo recuerda y se emociona, porque hace algunos años decidió hacer realidad el sueño de su niñez: aprender a leer y escribir. Y lo consiguió: fue como volver a ver después de años de ceguera, fue la luz que cambió su vida. En España todavía se contabilizan más de 500.000 analfabetos, según el INE, con datos de 2018, unas cifras que llaman la atención pero que se encuentran por debajo de la media europea. De ellos, la mayoría son españoles, mujeres y mayores de 70 años. Recuerdo el día que la llamé para interesarme por un reportaje que destacaba la hazaña de una mujer de 80 años que había dejado de lado su analfabetismo. Fue hace muchos años, en un barrio obrero de la capital que conocía bien. Coralia me recibió con emoción, custodiada por su hermana y con el inconfundible olor a café que armonizaba una vivienda de 60 metros cuadrados. Retratos, muchas fotos de su juventud poblaban las mesas tupidas con esos manteles tradicionales que recordaban los regalos de boda de toda la vida. Amable y curiosa, me preguntaba en qué consistía mi trabajo y cómo podíamos enterarnos de todas esas noticias que, gracias a su tesón, hoy puede leer. Me contaba que tenía otro pequeño reto, pero quería ir despacio: "Me gustaría saber escribir en el ordenador; sé que son muchas teclas, pero mi nieta me anima para que lo consiga y creo que, aunque me cueste, me voy a comprar un bicho de esos". No entendía cómo era posible hablar con gente que estaba al otro lado del mundo y encontrar respuesta a prácticamente todas las preguntas: "Ese Google mira que sabe", comentaba entre risas. Hoy puede leernos, debatir y analizar la actualidad gracias a su empeño por superarse y avanzar pese a su edad. Coralia es un ejemplo de muchas mujeres mayores que han demostrado y demostrarán la importancia de aprender y formarse independientemente del contexto. Hoy, lee este periódico con garbo, con lucidez y con unas mañas abriendo las páginas de EL DÍA que da gusto verla. ¡Qué grande eres, Coralia!

@luisfeblesc