...Cambiemos de conversación? Vuelvo a la vieja frase de James Joyce, "Ya que no podemos cambiar de país cambiemos de conversación", a propósito de lo que sucede en Cataluña, de lo que hemos visto en Barcelona estos días, de lo que se habla y de lo que se dice para explicar el drama acaecido desde hace al menos nueve años, cuando el Estatut y el Partido Popular chocaron y Artur Mas y sus compañeros de trayecto hacia el independentismo decidieron hacer una causa contra el Estado al que, por otra parte, representan?

La conversación se ha roto; se hizo, en primer lugar, unilateral: nada que no fuera propicio al independentismo parecía adecuado para el diálogo con los independentistas, y enfrente han tenido éstos la ley y el orden, ningún resquicio de comprensión para las posiciones que parecían quistes o postes o barricadas, así sucesivamente. Ahora ya los vestigios de conversación que hubo, o de diálogo, que es una palabra más recurrida pero más fría, más instrumental, se han diluido como lágrimas en la lluvia.

La sentencia del Tribunal Supremo ha sido el detonante del último exabrupto político, popular y callejero, y ahora Barcelona es ascua por las noches. La televisión y otros medios agitan esas imágenes como lo único que sucede, enfocan exactamente donde se producen los incendios y se produce la sensación, en toda España y en el extranjero, de que no sólo arde lo que está ardiendo, en los sitios concretos donde arde, sino que se está incendiando Cataluña entera.

Cuando todo esto pase esas televisiones que enfocan lo mismo varias veces como si tuvieran una presa y no quisieran soltarla tendrán que preguntarse sobre las razones periodísticas, si las hay, de esa insistencia.

No hay solución en el horizonte, porque al frente de la Generalitat no hay un hombre político, sino un hombre activista, que usa su religión política, el independentismo, para lavar todos sus defectos y proponerse como un hombre limpio cuya manera de ser está bendecida, no sólo por Carles Puigdemont, el jefe huido a Bruselas, sino por la historia y la esencia de la rauxacatalana.

Esa solución que no existe pasa por una nueva conversación entre catalanes y españoles, marcada por el sentimiento de que es imposible no tener en cuenta las reivindicaciones catalanas y de que tampoco es posible ignorar las razones de Estado que asisten a las posiciones españolas, tanto en Cataluña como en el resto del Estado.

El independentismo tiene sus razones y cauce para esas razones; la ley no los asiste en sus métodos, pero los ampara en sus convicciones, que son libres y deben manifestarse como alternativas políticas amparadas por las leyes constitucionales que se ha dado el Estado. Ir contra las leyes, sin embargo, tiene consecuencias; las decisiones judiciales son duras o blandas, depende de quienes las miren, como se está observando últimamente, pero son recurribles y sobre todo son consecuencia, quiéranlo o no los catalanes que se manifiestan pacífica o violentamente, de hechos que han sido ejecutados y han sido, además, vistos por multitudes.

Esas amenazas sucesivas al Estado de Derecho, ejecutadas en la calle, alevosamente, y ante la mirada abierta de tanta gente, y ahora juzgadas y censuras, fueron atentados contra la ley, y como tal han sido tenidas en cuenta por un tribunal que fue requerido para ello, con las consecuencias dramáticas (y jurídicas) que ahora se han puesto de manifiesto.

Todo eso ha roto la conversación. Hace falta grandeza para recuperarla. Es evidente que el actual presidente de la Generalitat, Quim Torra, no concita ni entre los suyos la confianza que es precisa para resetear este diálogo roto, incendiado, que domina ahora las calles y la insistente vigilancia a veces profesionalmente aviesa de las televisiones carroñeras.

Está rota la conversación, y parece que no se puede cambiar. Tampoco podemos cambiar de país. Nos queda la melancolía, pero esta no es un instrumento político. Habrá que trabajar mucho, contra el fuego.