Hoy vamos a pasar y descansar un poco de la exhumación del dictador y de las hogueras catalanas para disfrutar de unas historias relajantes que nos llevan al origen de un apellido de procedencia normanda, Bethencourt, bien repartido por todas las Islas Canarias. Y para ello viajamos a un pueblecito pintoresco y muy tranquilo que ocupa el fondo de un discreto valle donde abundan bosques, canales de agua, vacas, ovejas cabras y gallinas, casas unifamiliares construidas con vigas de madera, ni un solo edificio de pisos, con apenas un par de cafeterías, una con un minimercado y la otra con una venta, una sola escuela, y una bien dotada residencia de personas mayores, además de solo unos novecientos habitantes, y eso sí, un pueblecito con mucha abundancia sobre todo de tranquilidad.

A su entrada, al borde la carretera, llama la atención un cartel en el que junto a la bandera canaria y otra normanda, destacan los nombres de Betancuria y Teguise junto a la inscripción "Cité Jean de Béthencourt". Hace poco llegué a él a media mañana, ninguna persona en la calle, y en seguida tropecé con una pequeña iglesia, en la que, nada más acceder y cruzar su enorme puerta de madera, llama la atención un busto de bronce, con frondosa barba, y una inscripción que lo señala como "Seigneur de Grainville la Teinturiére, conquerant des Iles Canaries". En ese pueblecito, allá por 1362, nació Jean de Bethencourt, donde también falleció hacia 1425. Sobre él y sus andanzas por Canarias mucho se ha escrito, unas veces con datos contrastados, otras con leyendas y aventuras como con las que en algunos casos fantasea el visionario Julio Verne cuando relata la vida de conquistador Jean de Bethencourt en su libro Historia de los grandes viajes y los grandes viajeros, 1878.

Lo que sí se sabe con certeza es que desde muy joven, Jean, de familia aristocrática normanda y carácter inquieto, que habitaba un gran castillo, renunció a la comodidad de éste y se puso al servicio del duque de Anjou, de Carlos V de Francia y del duque de Turena, hasta que su tío Roberto de Braquemont, que había recibido del rey Enrique III de Castilla el privilegio de conquistar el Archipiélago canario, delegó en él tamaña ambiciosa misión, para lo que, tras asociarse a su a veces amigo y otras enemigo, Gadifer de la Salle, ambos salieron juntos del puerto francés de La Rochela en mayo de 1402, hasta que un año más tarde Jean de Bethencourt se había hecho dueño de la isla de Lanzarote, siendo entonces nombrado rey feudatario de Canarias por Enrique III, tal como con tanta vehemencia había ambicionado desde que tuvo conocimiento de la existencia de la riqueza de las Islas, teniendo su misión sobre todo motivaciones económicas y mercantiles, la llamada conquista señorial de las islas Canarias, para distinguirla de la conquista realenga emprendida por los Reyes Católicos.

Posteriormente ganó Fuerteventura, El Hierro y Gomera, sirviéndole de gran ayuda su sobrino (o primo) Maciot de Béthencourt, que llegó a las Islas hacia 1405, quien tiempo después sucedería a Jean de Bethencourt en el gobierno de Canarias, coincidiendo que por esa época fue fundada la parroquia de Nuestra Señora de Béthencourt, en la actual villa de Betancuria, en Fuerteventura, y a cuyo frente fue puesto el capellán Jean Le Verrier. Se da la circunstancia de que no está demostrado que Jean haya tenido hijos, lo cual le incomodó muchísimo, y sin embargo Maciot sí. Tampoco está comprobado que hubiera conquistado Gran Canaria, Tenerife, o La Palma.

Jean de Bethencourt, que tuvo épocas de gloria, también de grandes calamidades, como cuando tras entrar en 1412 al servicio de Juan II, nuevo rey de Castilla, regresó a Francia para tomar parte en la Guerra de los Cien Años, que en nada le favoreció, al contrario, lo arruinó, con lo que, acosado al parecer por sus acreedores, vendió sus derechos sobre las islas Canarias al conde de Niebla en 1418.

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