Por menos de cien pesetas daba lustre a los cuchillos y utensilios de acero o hierro con punta afilada. Corte fino y de precisión, sin necesidad de artificios modernos con los que decorar lo tradicional. La estampa era propia de un Lazarillo de Tormes moderno: bicicleta equipada con la rueda de afilar y una voz que avecinaba el ofrecimiento de sus servicios a bares, restaurantes y particulares. El viejo Jacinto se presentaba calle arriba con su velocípedo sacado de una película de Berlanga. Cómo no recordar esa rueda enorme, imitando a las de carreta, rodeada de una armazón de madera y una gran correa que alisaba cuchillos y tijeras. Tenían que ver a Jacinto, con su mala leche, apoyando esa estructura neolítica en el suelo con su correa de cuero lista para dar pedal cual ciclista subiendo un puerto de montaña. No le gustaba que los niños pasaran a su alrededor, tampoco a la viejillas del lugar, que decían que daba mala suerte. Leí una vez que el oficio nació en Orense, de donde pasó a todo el Nuevo Mundo con los inmigrantes, y de ahí a los campesinos pobres del interior que no podían vivir del producto de sus tierras y diversificaban su ocupación con el noble arte de lijar herramientas. No sé si su procedencia será correcta, pero su vigencia si sé que es casi inexistente, sin embargo evoca un pasado pintoresco con personajes que no por ilustres pasaron a la historia. Jacinto tenía las manos con callos, casi cortadas por su manía de perfeccionar el afilado del mango a la punta. Zapatos negros y pantalón marrón, creo que jamás lo vi vestido contemporáneo a su época, porque él iba siempre un poco más antiguo que la moda del momento. Bocadillo en mano, refresco, y colleja a los que osaban fastidiarle el almuerzo. Ahora se afilan con láser, pero hay que reconocer que el trabajo de Jacinto era ingeniería alemana al servicio de los taberneros más prósperos de la ciudad. Bueno, también a los meseros de algún que otro tugurio de sospechosa credibilidad. Una vez me dijo que era comunista, que había luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil por una cuestión de principios, y que aprendió el oficio durante la Batalla del Ebro. Hice cálculos, y según mis datos entró en el frente con 12 años, algo ciertamente complicado. No obstante, lo llamativo no era su afinidad política, lo significativo era la casi devoción que sentía por coleccionar cromos de 1990. Tenía toda la colección que repartió Bollycao con el catálogo de SEGA y cosas varias de los muñecos de Marvel de la primera remesa de Mattel. También los Transformers, los de la NBA y el Mundial de Italia 90. Resultaba paradigmático que con 70 años tuviera una afición de adolescentes, pero así era Jacinto. Incluso una vez me comentó que se había tomado una cerveza con Kubala y Di Stéfano en un mercadillo de Zaragoza, pero vete tú a saber si era verdad. Pedaleaba y pedaleaba siguiendo el mismo itinerario, porque a los clientes hay que acostumbrarlos y atenderlos como se merecen. En ocasiones le invitaban a un café o un chupito de menta mientras esperaba el material con su característico guante de tela. No sé para qué le servían esas medidas de seguridad que dejaban mucho que desear. Ya las bicicletas no llevan afilador. Qué pensaría Jacinto al saber que las hay eléctricas y van casi solas. Tampoco los cuchillos están tan afilados como antes. Creo que es porque Jacinto, pese a su mala leche, se preocupaba por lustrar toda la cubertería.

@luisfeblesc