España se encamina de nuevo a otras elecciones generales en apenas un mes, el 10 de noviembre, en medio de una gran confusión de fondo y de forma sobre lo que realmente se pretende arreglar con esta enésima cita con las urnas. La segunda vuelta del 28 de abril que los partidos se han empeñado en forzar por su incapacidad para alcanzar acuerdos y permitir la gobernabilidad es de una irresponsabilidad cuyas consecuencias están todavía por ver.

No sólo es una afrenta a la voluntad ya expresada por los ciudadanos hace solo seis meses, sino que además no garantiza que nada vaya a cambiar respecto a sus preferencias políticas y por tanto al escenario del que tenga que salir el futuro Gobierno y el desarrollo de la legislatura. Una vez más, la política profesional se ha mostrado ensimismada hasta extremos insultantes y deja de lado lo que realmente importa: la búsqueda de acuerdos asumibles por una gran mayoría social que sirvan para impulsar el desarrollo económico, social y cultural de los ciudadanos, y del país en su conjunto, en un contexto internacional de gran complejidad.

La culpa de que estemos viviendo esta situación en España desde hace ya algunos años no es del sistema, no es achacable al régimen del 78 que ha dominado la vida política e institucional del país desde la recuperación de la democracia, sino de una generación de dirigentes que no acaba de enterarse del terreno que pisan, de que las mayorías absolutas y los gobiernos uniformes fenecieron, y de que su función consiste en mejorar cosas reales.

Cuatro elecciones generales en cuatro años evidencian el estrepitoso fracaso de unos líderes que, para colmo, repiten ajenos a cualquier responsabilidad. No están ahí para ganar batallitas, sino para ofrecer soluciones. Eso exige renuncias y voluntad sincera de pactos. Si el mal estaba, como algunos insistían, en los viejos dinosaurios, ya se extinguieron con sus votos. Ahora el problema empieza a ser la política en sí misma, convertida en improductiva. Un síntoma grave porque debilita la democracia y deja a la intemperie a los ciudadanos que empiezan a observar ya a los actuales dirigentes no como líderes sociales capaces de tirar del carro desde los gobiernos y las instituciones sino como rémoras inútiles o contraproducentes.

No es para menos, pues su comportamiento adolescente y su onanismo intelectual y político son un riesgo para la democracia y alimentan la demagogia y el populismo, cánceres de la política que muchos de ellos precisamente cultivan en su irresponsable huida hacia adelante. Resulta desolador el nivel del debate en esta precampaña electoral, un paisaje dominado por una decimonónica reminiscencia carlista en una de las regiones más ricas de Europa (el supremacista y excluyente procés catalán) y por la momia de un dictador (la exhumación de Franco) a la que una parte importante de la derecha de este país todavía se siente cultural y sentimentalmente apegada, pero que una cierta izquierda tampoco sabe integrar bien en el marco de la memoria histórica que, legítimamente, la democracia española se debe y se merece. Y mientras tanto, los problemas se agolpan a la puerta de casa.

La economía española, y con particular énfasis la de Canarias, emite señales de agotamiento. La OCDE advirtió el pasado martes que el país se está "fatigando" a un ritmo mayor de lo esperado y en una proporción superior a la de sus socios. Este vaivén en los indicadores, tan pronto en la cúspide como tambaleándose, revela los endebles pilares en que se sustenta el crecimiento, faltos de reformas estructurales para otorgarles robustez. Los dirigentes las aplazaron a las primeras de cambio cuando la gran recesión aflojó por falta de voluntad, por sus nulas ganas de entenderse y por ese populismo que, en mayor o menor medida, todos practican para eludir cualquier verdad incómoda, con tal de no desagradar a la clientela.

En Canarias, el panorama podría devenir inquietante si no se toman a tiempo las medidas necesarias. La actividad turística retrocede por primera vez después de mucho tiempo. El Archipiélago tiene abiertas en su principal actividad varias vías de agua y resultará complicado taparlas a tiempo, y más aún, a un tiempo. Al anuncio de hace dos meses de la aerolínea Ryanair de cerrar sus tres bases operativas en las Islas a partir de enero, se unió hace unas semanas la quiebra de Thomas Cook, el turoperador que inventó los paquetes vacacionales en los años sesenta y que trasladaba a Canarias más de dos millones de turistas británicos y escandinavos al año. Una herida profunda y sangrante en el tejido productivo canario. Son dos elementos que inciden en otro preocupante dato de fondo: la pérdida de cerca de 350.000 turistas extranjeros en lo que va de año. Y todavía no ha entrado en vigor ese 'brexit' duro que perece imparable. A la región ya la toca de lleno también la vuelta al proteccionismo que promueve EE UU en el pulso comercial que mantiene con China. El queso y el vino canarios pagan con aranceles las represalias de Trump haca la Unión Europea por la guerra en la industria aeronáutica entre Boeing y Airbus. Demasiados peligros como para seguir entreteniéndose desde la tribuna en diatribas vacuas.

Los partidos acaban de formalizar esta semana sus candidaturas. Además del fiasco que obliga a los canarios, como al resto de los españoles, a volver a las urnas, con todo lo que ello implica de frustración, y de tiempo y dinero perdidos, los primeros mensajes que llegan de nuevo desde las tribunas electorales insisten en la irresponsabilidad. Los líderes empiezan por regalar los oídos a sus principales caladeros de votos, como siempre. Prometen subidas a los jubilados, pero no explican cómo hacer viables las pensiones de ésta y las próximas hornadas de trabajadores. ´

En el colmo de la confusión quienes critican por electorales los guiños de los contrarios justo después, sin inmutarse, proponen lo mismo por temor a quedar retratados como impopulares. La campaña ha quedado reducida a una semana. Formalmente, porque este país lleva años viviendo una campaña permanente, de diseños de tácticas y estrategias políticas y electores, y de parálisis en los asuntos trascendentales: el futuro de las pensiones, la financiación autonómica, el modelo territorial, la reforma educativa, las medidas contra la crisis climática, la despoblación, la precariedad en el empleo, las desigualdades sociales y la falta de expectativas de los jóvenes.

El desmedido afán propagandista empieza a contaminar las instituciones, descaradamente usadas con fines partidistas. Los partidos en Canarias llegan con muchas dudas a la cita del 10 de noviembre, tanto respecto a sus resultados como a los mensajes que en esta 'segunda vuelta' les corresponde lanzar en el marco de incertidumbre que se vislumbra si el Parlamento sigue tan fragmentado, y en el de un contexto regional muy distinto al que había en abril, con un cambio de gobierno en muchas instituciones y un nuevo escenario de relaciones entre la Comunidad Autónoma y el Estado.

Predominan en todo caso, contienda tras contienda, las recetas genéricas que nunca se convierten en realidad o que, cuando lo hacen, dejan mucho que desear o se concretan de la forma más chapucera. Las posiciones mudan sin escrúpulos, de la mañana a la tarde, para adaptarse al viento sin que nadie exija cuentas por tanta inconsistencia demagógica. Los mensajes secuestran la razón y apelan a las emociones como si tomaran a las audiencias por simples y manipulables. ¿Realmente lo son? ¿Qué está ocurriendo? Las distintas formaciones disponen de una segunda oportunidad para abandonar la superficialidad, alumbrar soluciones concretas a los desafíos y trasladarlas a los ciudadanos para que el estado del bienestar que tanto costó conquistar perdure y crezca. Para recuperar y fortalecer la clase media. Para rescatar el ascensor social.

Pese al gran fiasco democrático que para muchos ciudadanos significan unas nuevas elecciones no debe llevar a nadie a pensar que la solución está en la abstención, el escepticismo político o el desapego a las instituciones. Es lo que quizá buscan los demagogos y populistas. Los canarios debemos responder a esta irresponsabilidad de los políticos con más cultura democrática que la que ellos demuestran. Y tomar nota, eso sí. Canarias se juega mucho en la nueva etapa, al menos tanto como lo que se jugaba en las elecciones de abril, y quienes ahora salgan elegidos tienen una agenda de deberes muy clara y marcada para trabajar desde el Congreso y el Senado, a ser posible contraponiendo pareceres, pero acordando medidas reales, fiables y operativas. Las dificultades de Canarias tienen remedio. Solo hacen faltan parlamentos comprometidos, no teatrillos, que las afronten. Gobiernos estables de amplia base que cumplan. Y ministros, consejeros y diputados que, por fin, dejen de parlotear y decidan trabajar.