Todo parece indicar que hoy será uno de esos días que terminarán remarcados en rojo en el calendario, una jornada aún protegida con un envoltorio histórico que el keniano Eliud Kipchoge está dispuesto a abrir en Viena, que aunque suene a música, este sábado puede ser una de las capitales mundiales del deporte. El reto es importante. Todo está preparado para que el africano se convierta en el primer atleta en correr 42,195 kilómetros en menos de dos horas.

El objetivo es devorar cada mil metros en dos minutos y 50 segundos, una marca igual de estratosférica que la que logró el austriaco Felix Baumgartner el 14 de octubre de 2012. Ese día la humanidad siguió muda un salto desde 39.068 metros de altura, casi una maratón, que sirvió para romper la barrera del sonido. El deporte está repleto de ejemplos de superación, el más reciente el retorno de Nadal al número uno mundial de la ATP. También de viejos errores como el que volvió a cometer anoche el CD Tenerife en su visita a Vallecas.

Kipchoge está en la antesala de la gloria que tantas veces ya ha acariciado -se le sigue resistiendo una victoria en Nueva York-, pero hay aspectos de su vida que quedarán eclipsados cuando un ejército descontrolado de reporteros gráficos inmortalicen el rostro de un campeón que creció en una pequeña granja con media docena de animales, que se ganaba un sueldo limpiando cristales, que incluso llegó a valorar ser una pieza anónima más de la inmigración, pero que el atletismo salvó para que reinase en fechas como el 12 de octubre de 2019.