El Gobierno de Canarias ha decidido impulsar la producción de energía eléctrica fotovoltaica, con un plan de instalación de placas solares en las azoteas de toda Canarias, que abarataría el coste del consumo privado y vertería energía más limpia en la red. José Antonio Valbuena, consejero de eso que ahora se llama Transición Ecológica, plantea una política de expansión y colonización de nuestros tejados por placas, basada en exenciones fiscales, bonificaciones en el tramo autonómico del IRPF y otras medidas no directamente dependientes del Gobierno, pero que el Gobierno podría impulsar, como rebajas en el pago del IBI municipal de aquellas viviendas que cuenten con instalaciones fotovoltaicas. La iniciativa se integra en el contexto de medidas de la futura Ley de Cambio Climático, y debiera ser saludada como un avance sobre la generación eléctrica con combustibles fósiles, que hoy produce casi el noventa por ciento de la electricidad que se consume en las Islas. Y un porcentaje muy superior de la energía total. Porque se confunde la producción de electricidad con el consumo energético. Usamos energía derivada de compuestos fósiles en transportes e industria. La mayoría de los coches, incluso los eléctricos, usan energía de origen fósil, y el transporte aéreo, altamente contaminante, también. Casi toda la industria utiliza energía fósil, ya sean fueles o gas. La generación eléctrica con fuentes renovables alcanza en Canarias poco más del diez por ciento, y eso después de haber mejorado a lo largo de 2018 la presencia de energía eólica casi un 60 por ciento en relación a 2017. En el sistema peninsular, mucho más avanzado, el 40 por ciento de la energía que se produce es verde, y de ella las dos quintas partes de origen hidráulico.

En unas islas donde la producción de energía hidroeléctrica es compleja (Gorona del Viento más que una central es un carísimo juguete, un parque tecnológico con algunos errores de concepción, como las desaladoras alimentadas con energía convencional; Chila-Soria parece eternizarse y la propuesta de Pedro Martín para Tenerife no ha sido siquiera definida en su localización) resulta urgente mejorar la aportación de la eólica y la fotovoltaica. Y sobre todo vigilar que no se instale en las Islas material obsoleto. Porque producir paneles solares, transportarlos y colocarlos genera emisiones de CO2 que hacen que la energía solar no sea del todo limpia. De hecho, el balance en materia de CO2 es aún deficiente: sólo en 2018 se ha logrado igualar el CO2 emitido desde 1976 en la producción de fotovoltaicas. Se ha logrado con diseños más eficaces, cambios en los procesos de producción y sustitución de materiales, pero todavía circulan muchas placas más baratas que no cumplen con los mejores estándares.

Y el objetivo de una campaña de instalación de placas no puede ser sólo abaratar el consumo. Lo realmente importante es reducir el impacto planetario de las emisiones de CO2. Las placas siguen siendo aún sucias pero en los últimos años se ha reducido casi en un cuarto el CO2 que se emite en su producción. Por fin el balance comienza a ser favorable. Pero las placas no son la panacea: es necesario ampliar la aportación al mix de los molinos y explorar seriamente las estaciones de bombeo y otros formatos aún con desarrollo incipiente. Y hacerlo sin descanso. El CO2 es el mayor problema al que se enfrenta nuestra especie. Porque el planeta sobrevivirá, pero si no frenamos las emisiones de CO2 es poco probable que la humanidad perviva.