Lucas Bravo de Laguna, diputado regional por petición paterna, registró ayer la solicitud de abandonar el grupo parlamentario nacionalista y pasar al Grupo Mixto. En un alarde de inteligencia política, el diputado explicaba que su petición no tiene nada que ver con problemas con Coalición, sino que obedece a motivos exclusivamente económicos. En efecto, don Lucas, no contento con embolsarse el opíparo salario de un parlamentario, supuso que su incorporación al grupo Mixto de la Cámara -integrado exclusivamente por los dos diputados de Ciudadanos tras la creación del grupo gomero- le supondría tener acceso a la tercera parte de los recursos económicos de que disponen los grupos parlamentarios, una cantidad bastante suculenta, asignada no a aumentar el estipendio de sus señorías, sino a permitir que los grupos puedan contar con asesores jurídicos, periodistas, y tiralevitas varios.

El problema es que Lucas Bravo probablemente no preguntó a quién debería haber preguntado, antes de materializar su esperpéntica decisión de dejar a los suyos para ganar más: hasta hace algunos años, efectivamente, los diputados que abandonaran su grupo o fueran expulsados podían pasar a formar parte del Grupo Mixto. Con la reforma del Reglamento del Parlamento, inspirado entre otras cosas en las normas antitransfuguismo, la cosa ya no funciona así. Quien abandona -voluntariamente o no- su grupo parlamentario, pasa automáticamente a convertirse en no adscrito. Y eso es lo que le va a ocurrir a Lucas Bravo, que tras dejar el grupo nacionalista al que se incorporó al inicio de la legislatura, después de participar en las elecciones regionales en las planchas conjuntas de Coalición y Unidos por Gran Canaria, sólo puede convertirse en no adscrito. Y no solo no podrá cobrar más, sino que cobrará menos.

El reglamento del Parlamento establece en su artículo 27 que los diputados que abandonen su grupo parlamentario solo podrán ejercer sus derechos individualmente considerados, y sus retribuciones serán más bajas, porque los no adscritos sólo pueden acceder a las retribuciones que el reglamento establece con carácter individual, y además pierden la capacidad de recibir las subvenciones que entrega la Mesa a los grupos para su funcionamiento.

Lo de Lucas Bravo es de traca: ha quedado como un traidor ante el grupo nacionalista, y como un pardillo ante todo quisque. A menos, claro, que su intención no sea la que ha dicho, y resulte que el tipo es un vivales: a lo mejor ha decidido transfugar a los no adscritos para convertirse en el diputado número 36 de la derecha, el que decida un cambio de Gobierno en caso de una hipotética y más bien improbable censura. Sea por lo que sea, en Coalición harían bien en tomar nota de lo que ocurre cuando le regalas a alguien un acta de diputado sólo por ser hijo de su padre: que no lo agradece. Les queda a los coalicioneros elegir entre hacer lo que ha hecho el PP con sus consejeros palmeros, perdonarle, pelillos a la mar, y pasarle la mano por el lomo, a cuenta de un voto futurible quizá decisivo. O bien dejarlo en secano y cobrando menos, hasta que se aburra. No sólo por no ser precisamente el más listo de su clase. Sobre todo por ser un avaricioso.