Ayer me quedé asombrado. Estaba en casa de mis padres y hubo alboroto en la calle. Una persona mayor no quería volver a casa. Se negaba, decía que no era su casa. Se apoyó en una esquina y no había manera. Allí nos acercamos. Solo hizo falta acariciarle la cara, la nariz, recordarle algunas historias de años atrás, y pedirle que nos enseñara su casa. Se agarró de mi brazo y me dijo con serenidad: "Ven, te enseño mi casa". Y luego vimos su jardín y fotos, me ofreció fruta de una bandeja y volvió a ser quien era.

Despertó al menos por un rato de ese escenario oscuro en el que viven muchos de nuestros mayores que están en sus casas solos. Qué mala compañera es la soledad. Y no es que hijos o familiares les abandonen. La vida va muy rápido y todo el mundo tiene sus problemas que atender. Es una cuestión del sistema. No hemos diseñado un sistema eficaz para atender a nuestros mayores.

Sé que suena a repetido, pero prefiero repetirlo a olvidarme: mayores y familia necesitan más ayuda de unos servicios sociales insuficientes y mal dotados. Y es que, al final, todos nos haremos viejos. Y ya sé que cada vez somos más los que nos hacemos mayores, y que no hay cama pa tanta gente, pero entonces habrá que buscar más camas. Nuestros mayores se lo merecen. Y que la gente joven tome nota, que cuiden a su gente mayor. Un día ellos serán viejos también.