Business as usual es una variable principal en la predicción de los diferentes escenarios para nuestro futuro cercano como especie. Dentro de la ecuación diseñada por expertos en el cambio climático y calculado por superordenadores, el peso de este concepto es aplastante.

Business as usual define si nuestro modelo de negocio y estilo de vida, frente a la emisión de CO2, va a continuar siendo igual o no. Si vamos a cambiar. Esto incluye a cada uno de nosotros así como las elecciones que hacemos en nuestra vida diaria.

El documento del Informe Especial del IPCC advierte que el mundo ya es un grado centígrado más cálido que los niveles preindustriales y que un aumento a dos grados centígrados empeoraría significativamente los riesgos de sequía, inundaciones, calor extremo y pobreza para cientos de millones de personas. Situación a la que vamos en camino.

El apagón acaecido en la Isla de Tenerife la semana pasada, también podríamos incluir el incendio de Gran Canaria, nos puede dar alguna pista de por dónde van ir estos cambios, lo queramos o no.

De repente nos encontramos durante unas horas en una situación donde nuestros hábitos se vieron obligados a adaptarse a un entorno sin electricidad. Nos vimos obligados a analizar individualmente la dependencia energética en la que vivimos y las actividades que pueden ser prescindibles o no. Activamos nuestro instinto principal para el que estamos programados como monos, la supervivencia, y ejecutamos cambios de nuestro estilo de vida sobre la marcha.

Independientemente de las situaciones dramáticas que surgieron y que no podemos asumir como aceptables, demandando un suministro eléctrico continuo, vivimos otras situaciones que fueron enriquecedoras, otras no.

Había más gente en la calle, hablando, preguntándose qué pasaba, sin estar pendiente de una pantalla o viviendo en el interior, jugando en familia. Incluso circulan chistes mencionando que en nueve meses habrá más nacimientos. Hubo en definitiva más socialización, fuimos más humanos, menos dependientes de un entorno artificial. Pequeño cambios que ahorraron una cantidad importante de CO2 a la atmósfera.

También podríamos analizar si nuestros hogares pasaron, a pesar de solo ser unas horas de apagón, a ser inconfortables por no tener aire acondicionado. Estábamos pasando una ola de calor. Un diseño adecuado consigue fácilmente un edificio de consumo neutro. ¿Ocurriría lo mismo en invierno? ¿Y en una situación más prolongada? ¿Es necesario inyectar energía permanente a nuestras edificaciones para que sean vivibles?

Un estilo de vida compatible con el planeta requiere una transformación enorme e inimaginable de la vida cotidiana.

Es más fácil para nosotros normalizar los eventos climáticos extremos que sostenerlos por lo que realmente son, los impactos irreversiblemente dañinos del cambio climático. Es más fácil para nosotros buscar agujeros y vacíos en las discusiones sobre qué comer, cómo vivir o volar menos porque cambiar es mucho más difícil que ignorar.

Desde hace años y desde diferentes foros (este periódico uno se ellos) sabemos que el modelo energético de las Islas Canarias ha de cambiar pasando a ser menos dependiente de fuentes fósiles externas que solo aumentan nuestra prima de riesgo y las emisiones. El camino es, previa interconexión completa del Archipiélago, crear una producción sostenible individualizada y compartida basada en fotovoltaica (aquí nos llueve del cielo tres veces con mayor intensidad que en el centro Europa), eólica e iniciar una transición con otras fuentes no fósiles de apoyo.

Pero no es la solución. Pensar que como la energía que consumimos es sostenible podemos poner dos jacuzzis en casa y olvidar el tema, es ciencia ficción. No es un modelo sostenible. La Unión Europea lo deja claro en su directiva (2010/31/EU): el mejor kilovatio es el no consumido.

*Arquitecto y profesor de la

Universidad Europea de Canarias