La reacción del Gobierno de España con la crisis puntual de Thomas Cook ha sido, por decirlo suavemente, más floja que la ventosidad de un recién nacido. A pesar del coñazo que le ha dado la consejera de Turismo de Canarias, de los gritos de alarma del empresariado y de la alarma de Baleares, la ministra del ramo se lo ha tomado con bastante parsimonia.

Hasta hoy, que sepamos, los incentivos que se han ofrecido a las compañías aéreas son absolutamente insuficientes. La rebaja de la tasa de vuelo de Enaire y de una de las cincuenta mil tasas de Aena -la de pasajeros- sobre nuevos turistas, es más un gesto por hacer algo que una medida real para promover la conectividad de las Islas. Los quince millones que -en teoría- se aprueban hoy en Madrid para promoción turística pueden ser el primer gesto coherente.

Canarias necesita más aviones para suministrarse de turistas. Ese es un hecho obvio. Pero de nada vale tener guaguas si las tienes vacías. Y tenemos un problema estructural de competencia. Hoy por hoy, destinos como Túnez, Egipto o Turquía, por citar solo unos pocos, están haciendo ofertas que nos dan sopas con ondas. Y lo hacen porque sus costos empresariales son menores y porque sus regulaciones son más laxas. Nuestras fortalezas, ante ellos, son la seguridad, la calidad y unos servicios públicos europeos en un clima tropical.

A medio plazo, la crisis económica puede convertirse en un factor decisivo a la hora de elegir destino. Si la libra pierde valor frente al euro, los turistas británicos tendrán un mayor incentivo a la hora de elegir una estancia más barata en un destino del Mediterráneo. Y lo mismo pasará con los alemanes, si la economía del país entra en una desaceleración prolongada o, peor, en una recesión. Así pues, nos podemos encontrar con que consigamos tener muchos aviones disponibles y muy pocos viajeros potenciales.

La única estrategia posible ante este horizonte es sencilla. Tenemos que hacer campañas potentes en los mercados alemán y británico y debemos conseguir que, aunque sea de manera coyuntural, el Gobierno español obligue a Aena a incentivar a las compañías aéreas con una rebaja generalizada de las tasas aeroportuarias. De lo primero, que depende de nosotros, aún no se sabe nada. Y lo segundo no tiene pinta de que se consiga.

Aena es una empresa que acumulaba un pufo multimillonario. Puesta en manos de una gestión privada con objetivos de beneficio, ha dado un giro radical, ingresando cada vez mayores recursos. Desde el punto de vista del Estado ha sido un buen negocio, pero para nuestras Islas, cuyo sector estratégico depende en gran medida del operador aeroportuario, es un grave inconveniente. Canarias tendría que estar sentada con voz y voto en Aena. Y los políticos de estas Islas, si no padecieran esa abulia congénita de la Macarronesia, tendrían que haber exigido en su día que el Archipiélago tuviera la posibilidad, con la quinta libertad aérea, de convertirse en un hub aéreo tricontinental. Pero las gallinas vuelan muy mal.