Consultando el diccionario como corresponde a quien ignora el verdadero significado de los términos, observo que se describe el resentimiento como desazón, desabrimiento o queja a resultas de un dicho o acción ofensiva que puede perdurar largo tiempo y reaparecer al ser recordado. La sensación que lo causa puede variar, desde una ligera molestia temporal a un profundo malestar que dificulte y hasta imposibilite las relaciones con el ofensor. Es un linaje de venganza atenuada, que no es tanto enojo como tristeza y aun amor disimulado. La definición se cierra con la afirmación de que el resentimiento enquistado y agravado acaba transmutando en rencor. Perversa palabra. Sigo buceando y me derivan a otros conceptos igualmente rechazables, como amargura, despecho, envenenamiento o hiel y, tras soportar semanas, meses y años la mediocridad negociadora de nuestros actuales dirigentes políticos, confieso que me sobrepasa tanta negatividad.

De todas esas acepciones, la que provoca mayor conmoción en mi ánimo es la que indica su vertiente de hostilidad hacia algo o alguien. De ira no resuelta ante un acontecimiento. De enfurecimiento. De incapacidad para perdonar. Debe ser porque me resulta aterradoramente sencillo identificar a quienes la practican. A muchos de ellos les veo a diario en las televisiones, les escucho en las emisoras de radio y les leo en los diarios. Algunos son periodistas. Otros, meros tertulianos. Otros, aspirantes a ocupar cargos públicos en este país nuestro que se autodestruye poco a poco. Se trata de mujeres y hombres que no avanzan, empeñados sin tregua en asistir al castigo de quienes causaron su dolor fruto de acontecimientos sucedidos hace décadas, pero que se convierten en unos nocivos compañeros de viaje de gran impacto en su vida y, por desgracia, también en la de los suyos.

Su idea de memoria histórica suele tener poco de ambas, de memoria y de histórica. De la primera, porque es muy frágil. De la segunda, porque es muy manipulable. La contienda a la que aluden tuvo lugar antes de ser engendrados pero, paradójicamente, quienes la sufrieron en carne propia (y casi todos tenemos ejemplos de ambos bandos en nuestras propias familias), aunque nunca olvidaron y reclamaron legal y moralmente la justicia que merecían y que, por supuestísimo, siguen teniendo derecho a obtener, al menos sí fueron capaces de dar muestras de generosidad y de sobreponerse a las pérdidas y al espanto lo mejor que supieron.

Como bien refleja el aspecto exterior de muchos de estos contendientes contemporáneos, su permanente malestar está fuera de toda duda, resultando bastante evidente que su cara es el espejo de su alma. Tan particulares retratos de Dorian Gray reposan sobre unos atriles invisible al tiempo que, una a una, las hojas de sus calendarios van cayendo irremisiblemente. Dicen que el resentimiento es como tomar veneno esperando que la otra persona muera. Me parece una visión bastante acertada del drama. Existen demasiados seres cuya incapacidad para el perdón y para la autocrítica proviene de su firme convicción de ser los inocentes de las historias y esa condición de víctimas les incapacita para cualquier acción terapéutica dirigida a sanar su rebelado mundo interior, precisamente porque los culpables son siempre los otros.

Decía Nietszche que el resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento vive en la esclavitud. No puedo estar más de acuerdo. Como tampoco puedo sentirme más aliviada de no haberlo practicado en mi vida. Tal vez sea mi herencia genética. Tal vez los valores que me inculcaron. Pero lo más probable es que, como en tantos otros aspectos de mi carácter, sea cuestión de voluntad. O de voluntarismo. O, simple y llanamente, de mi profundo convencimiento de que el tiempo es oro y no se debe malgastar visitando a diario las hogueras del alma. Feliz 12 de octubre a todos y a salvo del rencor.

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