Hace más de diez años ya alertaba en este periódico sobre el peligro que representaba el hecho de que el Gobierno canario no hiciera frente al riesgo de tener todos los huevos en una misma cesta; y me refería, claro está, a nuestra primera y casi única industria: el turismo. Ya que, prácticamente, el 35 % del PIB lo generan los sectores turístico y de servicios; y ya entonces alertaba de que la crisis que podría venir -y que de hecho vino- nos conseguiría afectar mucho más que a otros territorios españoles, precisamente por nuestra dependencia de un sector altamente competitivo y que está continuamente en renovación.

Ya entonces se habló de potenciar otros sectores, principalmente el primario, apostando por nuestros productos agrícolas, ganaderos y pesqueros; sin darle la espalda, como de hecho se está haciendo hoy día, al sector secundario o industrial; y fomentar en lo posible el sector terciario como el comercio o el transporte. Pero se siguió apostando casi en exclusividad por la industria turística, sin contemplar que cualquier situación anómala -si hay algo que sobra hoy día son las crisis provocadas por quiebras de todo tipo incluidas las políticas- podría dar al traste, de un día para otro, con los huevos e incluso con la propia cesta.

Pero sucede que cuando las cosas vinieron bien dadas para el destino Canarias, ya que la situación económica y geopolítica dañó la reputación y la imagen de nuestros principales competidores turísticos, especialmente Grecia, Turquía, Túnez y Egipto; y el flujo turístico de dichos países se, o mejor dicho, lo dirigieron hacia nuestro Archipiélago, nadie se quejó de la bonanza y casi nadie se preocupó de hacer acopio del capital necesario para hacer frente a los tiempos de adversidad. Y si el Gobierno canario andaba contento porque el viento -y las cuentas- soplaba a su favor, algunos empresarios turísticos no le fueron a la zaga y apostaron todo su futuro y toda su cuenta de resultados sin importarle depender casi en exclusividad de un solo cliente-intermediario que, a cambio de llenar sus hoteles de turistas, le ofrecían a buen precio sus productos y servicios turísticos; que, en definitiva, es el papel que representa hoy día un operador turístico.

Y la cosa ha marchado bien hasta que ha dejado de funcionar. Y aunque hoy muchos se rajen las vestiduras y se haya producido un pánico casi generalizado, hay mucha impostura en ello. La quiebra de la inglesa Thomas Cook, uno de los operadores turísticos más importantes del mundo junto a la alemana TUI, es la crónica de una quiebra anunciada. De hecho, hace más de una década que arrastra problemas financieros: se habla de más de 2.000 millones de euros de deuda; solo en agosto de este año consiguió que le prestaran 1.200 millones, pero sus propios acreedores -entre los que se encuentra el conglomerado chino Fosun- le exigía un seguro de 227 millones de euros, que es lo que no ha podido conseguir y, por consiguiente, provocó la quiebra. No podían seguir en esa huida hacia ninguna parte cobrando a sus clientes por adelantado y pagando, cuando querían o podían, a los hoteleros y a las demás empresas que tenían medio engañadas. La cadena Meliá, dado que perdió la confianza en ellos, fue una de las primeras que exigió a Thomas Cook pagos por adelantado para hospedar a los clientes.

Las causas o los factores que le han llevado a este desastre anunciado se asientan, principalmente, en que los directivos ingleses no supieron cambiar a tiempo de modelo de gestión y adaptar su empresa a los nuevos mercados donde prima internet. Hace tiempo que el modelo del todo incluido dejó de ser prioritario entre los nuevos clientes, sobre todo los más jóvenes, que prefieren utilizar las redes sociales y las plataformas como Booking o Airbnb para planificar sus vacaciones. Además de verse acorralado por la incertidumbre que representa el brexit; la devaluación de la libra; la recesión económica general y, principalmente, el supuesto resfriado económico de Alemania; la irrupción de las compañías de bajo coste; o el aumento de las tasas aéreas debido al impacto del CO2.

La historia nos enseña que el vacío tiende, casi siempre, a ser ocupado. Y, de hecho, y tras el pánico que surgió en los primeros días, ya se habla de empresarios que se frotan las manos porque ven en el desastre ajeno la oportunidad que esperaban. Vean si no el resurgimiento de Norwegian. Ya sucedió algo parecido tras el colapso que se produjo en 2017 con la caída de la aerolínea Monarch. Ahora, lo importante es no perder los nervios -el plan Fluxá fue una buena iniciativa aunque no prosperó, pero sí quedó en la mente de todos el buen hacer y la actitud calmada y positiva del presidente de Iberostar-, y, sobre todo, comenzar a pensar en terminar con la repatriación de los 35.000 turistas ingleses que se quedaron tirados en Canarias para, a continuación, tanto las autoridades isleñas como los distintos empresarios que se han visto afectados, poner en práctica una serie de medidas que sirvan, no solo para hacer frente a esta contingencia donde peligra el 6 % de nuestro PIB, sino para encarar un futuro incierto que nos amenaza con darle, definitivamente, una patada a la cesta y quedarnos maltrechos y sin huevos.

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