El reciente discurso de Paco Déniz, diputado de Sí Podemos Canarias, sobre el "modelo económico" de este país representa maravillosamente los alcances políticos y la incapacidad de análisis de cierta izquierda, sin duda minoritaria, pero en absoluto insignificante. Hace unos días publiqué un articulejo en el que insistía en que la actividad turística había demostrado que, incluso en su mejor momento, ni generaba directa o indirectamente el suficiente empleo para absorber un paro que supera de nuevo el 20 % de la población activa ni contribuía, más bien todo lo contrario, a la lucha contra la emergencia climática que se puede emprender en las Islas, porque arrastraba más gasto energético, más residuos y más sobrecarga territorial, a lo que se debe añadir que el 80 % de dióxido de carbono que circula por nuestros cielos está producido por aviones y automóviles.

El diagnóstico -con distintos matices y perspectivas- creo que es ampliamente compartible. En cambio la transformación de esta compleja situación me parece que no: llevamos cerca de treinta años anclados en una fosa semántica llamada diversificación de la economía canaria. Se me antoja que hay ciudadanos, como el señor Déniz, que sostienen que esto se arregla con un poco o un mucho de voluntad política. Que lo que existe es un reducido conglomerado de empresas indeseables que, indiferentes al bienestar común, se dedican a boicotear nuestra felicidad cotidiana. "Los poderes políticos no nos han hecho caso, a los numerosos movimientos políticos, sociales e intelectuales (sic) de cómo deberíamos acometer la reforma del modelo económico de Canarias". Esa fantasía, la fantasía de que existen soluciones precisas, inequívocas y casi consensuadas en el seno de la sociedad civil o de la comunidad académica es, en términos políticos, una falsedad, una falsedad absolutamente inoperante, un comodín verbal para apuntalar retóricamente una denuncia: uno puede tener razón al indignarse, pero indignarte no te hace más razonable ni convierte tus anhelos en una realidad accesible. Más adelante su Señoría se mete en un embolado incomprensible: "Somos ultradependientes en materia económica y política, pero en materia turística no, en materia turística somos el centro, no nos engañen". Si en materia turística no somos dependientes -con una amplia mayoría de capital foráneo controlado cadenas de hoteles y apartamentos- ¿cómo sí lo somos económicamente? Es un tanto asombroso que, desde estos derrapes conceptuales, se afirme tajantemente que las soluciones -en las que supuestamente ha tomado parte el propio diputado como profesor universitario- están sobre la mesa del almuerzo.

La tarea de transformar el modelo económico de Canarias es un proyecto de décadas, no de años, y solo puede prosperar sobre un consenso amplio, flexible y sostenible en el tiempo. Siempre se me ocurre el ejemplo de Finlandia, un país pobre hasta la década de los setenta, que supo combinar sociedad de la información y Estado de Bienestar, y donde la iniciativa empresarial jugó un papel estratégico en colaboración con las corporaciones públicas locales y las universidades, consiguiendo un fuerte empuje de la productividad basada en la innovación en productos, procesos y organización. Les llevó más de 20 años. Construir aquí un mix en el PIB donde el turismo siga siendo relevante, pero no la espina dorsal de nuestra economía, no llevará menos tiempo. La simplonería puede ser muy excitante. Pero no sirve para nada.