Lo de los atascos eternos en las carreteras en Tenerife es un agujero negro con una fuerza gravitatoria capaz de tragarse cualquier debate sosegado. Los socialistas, con buen olfato político, encontraron en esa insoportable tortura cotidiana la llaga en la que meter un dedo cada vez más incómodo para los nacionalistas, atascados en sus guerras con Madrid por un devaluado convenio de carreteras, por la incapacidad para generar proyectos técnicos y por un retraso histórico que se convertía cada vez más en una realidad histérica.

Con la responsabilidad ahora de gobernar, el PSOE se enfrenta a medio plazo al peligro del refranero: quien a piche mata a piche muere. Las colas siguen y la gente aumenta sus exigencias para que les resuelvan un problema que, sin demagogias pasadas o presentes, sigue siendo difícil y lento de gestionar.

Para amenizarles el asunto, el Gobierno de Canarias saliente adjudicó la licitación del cierre del anillo insular a una empresa que se presentó con una baja tremebunda y temeraria. Una obra de trescientos y pico millones la ganó una oferta que se comprometía a hacerla por casi cien millones menos. El asunto terminó en el Tribunal Económico Administrativo que ha estimado que la oferta tiene defectos, lo que provocaría que se traslade la adjudicación a la siguiente empresa. Eso dará lugar a un recurso jurídico. Y como ocurre que el plazo del informe de impacto ambiental caduca a primeros del próximo mes de diciembre, nos podemos encontrar con que el cierre del anillo se convierta en una saga tan larga e insoportable como El Señor de los Anillos. Y las colas seguirán en esta Isla in saecula saeculorum.

Salvo que se produzca un acuerdo extrajudicial, una delicada negociación del Gobierno con las empresas implicadas, la promesa de otros verdes prados en otras verdes fincas o lo que sea, este proyecto tiene toda la pinta de ser un caramelo envenenado para todos. Nuestras administraciones públicas han tenido la insana e inveterada costumbre de adjudicar las obras y servicios públicos a quienes más barato ofrezcan a hacer el trabajo. Y eso ha conducido precisamente a donde estamos ahora: a salarios de miseria, a calidades pésimas, a obras y servicios que se naufragan y a empresas que alegan costos sobrevenidos para intentar recuperar lo que apostaron a la baja. Y a pesar de que todo esto es bien sabido y que al final son costos que acaba pagando la sociedad, se sigue haciendo, con una torpeza y una miopía digna de premio.

Hay una evidencia difícilmente discutible: el colapso de las carreteras tinerfeñas no tiene fácil solución. Ni rápida. Pasa por la mejora del transporte público, pero también por nuevas vías de comunicación. Hacerlas llevará mucho tiempo y causará muchas más molestias de las que hoy estamos padeciendo. Pero en el universo político, que se mueve por las inexorables fuerzas de la demagogia y el oportunismo, este asunto no será tratado con sensatez y mesura sino con el interés electoral por bandera. Hasta ahora ha sido así y nada hace pensar que cambie.