Ana Oramas augura que los diputados que obtenga el próximo noviembre la confluencia electoral entre CC y NC serán "oro molido". Oramas es una de las políticas más inteligentes y lúcidas de las ínsulas baratarias, tiene una experiencia acumulada excepcional y debió ser la candidata nacionalista en las elecciones autonómicas de 2015: se hubieran ahorrado todos muchísimos problemas. Sin duda, una presencia electoral relevante de los dos mayores partidos nacionalistas de Canarias (a partir de tres diputados sería un éxito) abriría un espacio de maniobras y de cierta influencia. Pero es una influencia que ha cambiado, y lo ha hecho porque el contexto político-electoral español se ha transformado profundamente. Cuando mayor rédito podían obtener y obtuvieron las fuerzas nacionalistas y regionalistas fue durante la prolongada etapa del bipartidismo imperfecto del PSOE y el Partido Popular. La hermosa o escandalosa imperfección, precisamente, estaba en sus manos. La situación actual es otra.

En un principio se podría confiar en que una alta fragmentación de la representatividad parlamentaria favorecería aún más a las fuerzas de ámbito no estatal. Pero no está tan claro. Lo que ha ocurrido desde 2016, lo que se ha profundizado desde entonces, es una configuración en bloques político-ideológicos. Porque Unidas Podemos no puede funcionar de otra manera -aunque modere sus propuestas y sus retóricas- que como un partido de izquierdas y comprometido con una opción gubernamental de izquierda. Y porque Ciudadanos ha renunciado a su destino, ser una fuerza bisagra de carácter socioliberal que bascularía entre el PSOE y el PP: se creyeron lo del sorpasso y Alberto Rivera quería ser presidente y, por tanto, se lanzaron a disputar el espacio de la derecha española. Así las cosas, en definitiva, lo que se ha instalado es una política de bloques, con los independentistas catalanes siempre dispuestos a contribuir a la inestabilidad, sea apoyando una moción de censura contra Mariano Rajoy, sea negándose a votar el proyecto presupuestario negociado entre el PSOE y Podemos y llevando al país, de nuevo, a unas elecciones anticipadas. A ERC, como a los seguidores de Puigdemont, no les interesa particularmente la estabilidad política española. Desde hace un lustro están en las Cortes para lo que ahora pretenden estar los señores y señoras de la CUP: para colaborar con cualquier fracaso, para estimular cualquier seísmo de baja intensidad, para el triunfo de la antipolítica y a tsunami revuelto, ganancia de segadores. Aún estamos en plena recomposición del sistema partidista en el espacio parlamentario, algo que, por cierto, está ocurriendo en casi toda Europa.

Desde luego, CC y NC han firmado un pormenorizado documento, pero será entretenido ver si sus diputados votan la investidura de un Pedro Sánchez respaldado por Podemos y por el chiringuito modernuqui de Errejón. ¿Y Si Pablo Casado tiene una oportunidad? ¿Y si se promueve una gran y diabólica coalición? Todo apunta a que la unidad electoral nacionalista no conseguirá pillar cacho. Estará allí para denunciar, para protestar, para exigir, pero nada similar a lo ocurrido con Zapatero, con Aznar o incluso con Pedro Quevedo y su problemático y falaz 75% de bonificación de los billetes aéreos. El oro va a ser tan molido que se lo llevará el aire.