En la pasada primavera el Ateneo de La Laguna lanzó al debate público un manifiesto que, bajo el título de Por una nueva política cultural de Canarias, suponía una demostración de que la lucidez no es ajena al sentido común. El texto partía de una obviedad: "En los últimos años la cultura en Canarias es más frágil y vulnerable como consecuencia del progresivo abandono y desmantelamiento de los recursos y políticas culturales por parte del Gobierno de Canarias". A partir de los presupuestos autonómicos de 2008 se emprendió un recorte brutal y traumático de la inversión en proyectos y programas culturales. En los presupuestos generales de la Comunidad para 2007 se consignaron 77 millones de euros: en aquellos felices tiempos se soñaba -y se hacía campaña- con alcanzar en breve un 2% del gasto público en cultura, a la altura del 2% del PIB que generaban todos los subsectores de la creación y la divulgación cultural. En cambio, en los presupuestos de 2019 figuran unos 38 millones de euros -la mitad que en 2007- lo que significa un raquítico 0,54%. Y no solo se trata de la prolongada asfixia económica, que destruyó buena parte del tejido de empresas, iniciativas y agentes culturales entretejido durante los veinte años anteriores, una extinción masiva que solo dejo títeres con cabeza. Para agravarlo aún más se prescindió de todos los diagnósticos y estrategias consensuadas y aprobadas anteriormente y se eternizó como viceconsejero de Cultura que un individuo convirtió una sinecura en arte.

El Ateneo de La Laguna ha sobrevivido hace muchos años gracias a las subvenciones públicas. Esas ayudas -que han adoptado distintas modalidades administrativas y contractuales- siempre han sido generosamente miserables. No ha sido infrecuente -como en el caso de otras instituciones de carácter cultural- que los cabildos y ayuntamientos hayan asumido parte del esfuerzo financiero que el Gobierno renunció a practicar, engolosionado con la austeridad. Este mismo año el Ayuntamiento de La Laguna concedió 27.500 euros para el Ateneo, por ejemplo. Desde hace muchos años, también, los sucesivos equipos directivos del Ateneo han reclamado una ayuda más amplia y sistemática para adecuar el inmueble -un caserón del siglo XIX en el que nació el periodista Víctor Zurita- a las necesidades y comodidades espaciales y tecnológicas de hoy. Ni caso, por supuesto. Ya les habían dado la Medalla de Oro de Canarias en 2004, con motivo de su primer centenario, un acto de extraordinaria generosidad.

Que un inmueble que carga con más de 130 años de historia y es el receptáculo de numerosas actividades y convocatorias, con cientos de personas circulando por sus dependencias cotidianamente, no haya sido objeto de una rehabilitación completa y radical es pasmoso, pero recuérdese que el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife está cerrado porque una acémila exigió cierta licencia al constatar que tenía servicio de cafetería. La acémila ha desaparecido (más o menos) pero la licencia no ha llegado. ¿Por qué nos vamos a extrañar ya de nada? Esta mierda no es un destino histórico, sino una preferencia gastronómica: nos la comemos, hoy horneada en La Laguna, porque el isleño -peón caminero, catedrático universitario, camarero o poeta elegiaco- está resignado a la coprofagia y a ver su memoria -sin saber lo que es- reducida a humo sucio, acre y oscuro.