Beatriz Barrera, la adjunta especial de Igualdad y Violencia de Género del Diputado del Común, informa que, según datos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, durante el último año ha aumento un 20% la trata de mujeres con fines de explotación sexual. El número de mujeres sometidas a esta sevicia es difícil de calcular, aunque se trata de varias miles, la mayoría de las cuales ejercen la prostitución en Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. Algunas organizaciones cifran la cantidad entre las 6.000 y las 8.000 en todo el Archipiélago.

Beatriz Barrera insiste en una obviedad que todavía se debe repetir: la mayoría de esas mujeres no han elegido ser prostitutas como modus vivendi -que excepcionalmente podría ser lucrativo- sino como resultado de un comercio despiadado cuyo producto son ellas mismas. Son parte pasiva -no activa- en la ecuación de una prostitución organizada como negocio internacional, y que en Canarias no tienen solo una estación de tránsito, sino un destino donde la demanda (turística, aunque no solo) resulta alta todo el año. Cuando uno lee a la brillante Virginie Despentes ridiculizar el moralismo que esconde la crítica a la prostitución -"que casi siempre denota un vertiginoso miedo al sexo de raíces burguesas y religiosas"- no puede menos que pensar que se refiere a la prostitución individual y libérrima que practicó ella misma en su juventud. Por supuesto que existen cooperativas de prostitutas lideradas por mujeres, jóvenes que se prostituyen coyunturalmente y otras experiencias que no son cuestionables entre personas adultas. Pero en la inmensa mayoría de los casos la prostitución no es un acto volitivo y, sobre todo, no lo es durante años de humillaciones y quebrantos en un régimen de explotación económica que incluye la extorsión continua, la amenaza cotidiana o el uso de la violencia.

Hoy se celebra en el Parlamento de Canarias una jornada sobre la trata de mujeres con fines de explotación sexual, y aunque los ponentes son magníficos, uno echa en falta escuchar a las mismas prostitutas, porque en el debate sobre la prostitución -en especial de mujeres migrantes- la tentación de la victimización de las trabajadoras sexuales, de hablar por ellas, de describir por ellas su propia realidad, es muy peligrosa. Las trabajadoras sexuales no reclaman compasión ni esa solidaridad entre lacrimógena y asqueada que tan bien conocen: reclaman derechos e instrumentos legales para liberarse de la explotación y la violencia y alcanzar la autonomía y, desde ese punto, disponer de alternativas reales, económicamente dignas y socialmente inclusivas, para decidir sobre su presente y su futuro profesional. Nos horrorizan los asesinatos de decenas de mujeres anuales -una de las últimas en Gran Canaria- a causa de la violencia machista, pero convivimos tranquilamente con la situación de muchas miles que, sobre todo en los sures turísticos, deben seguir en la prostitución porque carecen de cualquier alternativa para sobrevivir e -igualmente- para enviar remesas económicas a sus familias de África o Europa del Este. Cuando de tarde en tarde se lee o escuchan noticias sobre la desarticulación de una organización de tráfico de mujeres en Canarias siempre me pregunto que será de las prostitutas, en la calle, sin trabajo, sin un duro, a menudo desconociendo el idioma, condenadas a peores condiciones de trabajo, al fracaso y el padecimiento de regresar a casa, al alcoholismo, a infiernos que no terminan al amanecer, y a menudo, a una muerte solitaria y anónima.