Si existe una cualidad que nos define a los seres humanos es la alta necesidad de sociabilidad. Sin duda, somos la especie más social de la tierra, estamos diseñados para relacionarnos con otras personas, para generar lazos que nos hacen dependientes de las otras personas. El otro, en palabras de Martin Seligman, es fundamental para lograr nuestro bienestar e influye positivamente en nuestra felicidad. Esos lazos que generan dependencias son importantísimos para nuestro desarrollo como individuos, y estoy seguro de que esta afirmación que hago puede generar cierta algarabía o incluso podrás pensar que dicha dependencia es más propia de los niños y niñas, pues su desarrollo y maduración les hace altamente dependientes.

En la psicología siempre se había descrito el desarrollo de las personas como un proceso que iba de la dependencia absoluta a la independencia y que dicho proceso evolutivo garantizaba la no dependencia de las personas en la vida adulta.

Hoy las investigaciones y los teóricos apuntan a que si existiese una persona totalmente autónoma y con falta de empatía para con los otros, esta rozaría un alto nivel de patología, lo que se explica, ya que realmente nuestro proceso de madurez nos lleva a que cambiemos el tipo de dependencia que generamos con los otros.

Cuando somos pequeños nuestra dependencia es vertical, es decir, hay una persona que cuida, que está arriba, y otra persona que es cuidada, es decir una persona que provee y otra que recibe.

Pero ¿qué sucede según vamos creciendo y madurando?

Realmente lo que hacemos es cambiar nuestra forma de relacionarnos, pasando a ser capaces de depender de otras persona de forma horizontal, es decir, el proceso implica que ambas personas se cuiden y que ambas reciban cuidados mutuamente. Es decir, ambas personas son dadores y reciben al mismo tiempo la una de la otra. Esta, como puedes imaginar, es la relación de dependencia ideal que pueden manifestar dos personas, que denominamos interdependencia.

Evidentemente, estarás pensando que muchas personas no llegan a ese nivel de relación, donde la interdependencia es la forma en la que nos relacionamos. Hay personas que tienen dificultades en la transición, existen por ejemplo padres y madres que en situaciones de dependencia con sus hijos, cuando estos son muy pequeños, responden de manera ejemplar, son muy buenos padres, pero cuando los niños van madurando y reclaman mayor grado de autonomía, no lo gestionan adecuadamente.

Además, existen personas que no buscan relaciones de pareja donde se potencie la interdependencia, sino son personas que se sienten más cómodos en relaciones de pareja verticales, es decir, se sienten más cómodos dando cuidados o únicamente recibiendo los mismos, lo que llamábamos una relación vertical. Buscan a alguien que les cuide o que les provea. Por otro lado, además existen otras personas que se pegan la vida buscando a alguien a quién cuidar o a quién salvar. Pero también en este tipo de dependencia vertical se busca a alguien que poder dominar. Evidentemente este tipo de relación de dependencia entre adultos es desigual, de arriba-abajo no son relaciones sanas.

Ahora mismo te estarás preguntando ¿qué nos hace falta para generar relaciones sanas de interdependencia entre adultos? Pues sin duda alguna, autonomía e intimidad. Para ello debemos aprender a fomentar la regulación emocional en nosotros, pero no solo la autorregulación emocional, es decir aquellas herramientas que pongo en marcha para regularme, como hacer deporte, meditar? pero además es fundamental fomentar la corregulación emocional, es decir, la regulación emocional que pongo en marcha a través de las otras personas, por ejemplo contando un problema a un amigo para sentirme arropado, etc.

Como ves, la vida es una experiencia que se expresa acompañados y que se disfruta compartiendo momentos de vida con otras personas de forma interdependiente y huyendo de los malos hábitos de dependencia emocional basada en relaciones basada en la desigualdad.

*Psicólogo sanitario.

Coaching personal.

Psicólogo educativo