El pasado martes se produjo la presentación del cartel del Carnaval 2020 de Santa Cruz de Tenerife, una fantástica y muy cuidada ilustración del dibujante Javier Nóbrega, realizada en estilo cómic, en la que se presenta a una muchedumbre de personas celebrando en las calles la fiesta referencial de la capital tinerfeña. El cartel es una obra de extraordinaria gracia y sutileza, una propuesta honesta, simpática y diferente, que debe haber supuesto al autor un esfuerzo extra de trabajo. Porque no es lo mismo pintar una idea simple -unas flores, un vestido, un lugar emblemático o una cara risueña-, que meter a medio centenar de personajes -todos ellos investidos por su real personalidad- socializando en las calles y chiringuitos del Carnaval chicharrero.

Antes de que hubiera acabado el día, el mismo martes de la presentación en la plaza de España, las redes comenzaron a escupir forzadas interpretaciones sobre la evidencia de un plagio. En el cartel de Nóbrega se ve un apiñamiento multitudinario, igual que ocurre en la portada de una publicación de los Singuanguos, o en uno de los carteles presentados -sin éxito- para convertirse en emblema de la fiesta en los Carnavales de Cádiz de 2019. Basta que aparezcan multitudes apelmazadas para que las redes se atrevan a esgrimir -con tanta alegría como ignorancia- la existencia de fraude en la elección del cartel por parte de Fiestas, o -peor aún- una ominosa sospecha de plagio por parte del autor, uno de nuestros ilustradores más reconocidos.

La estupidez se manifiesta últimamente de forma muy arrogante, amparándose en la impunidad y el anonimato de las redes. Según el criterio de los difamadores, el uso de una idea no original supone una evidencia de plagio: es ridículo. Es como pensar que todo aquel que hubiera pintado una imagen sacra, un nacimiento, una virgen, un hecho heroico, una batalla, una naturaleza muerta o un retrato de personaje sobre fondo oscuro, hubiera plagiado al primero que tuvo la idea de hacerlo. Mientras todo se parece más a todo -desde los grandes escaparates de las millas de oro en las ciudades de todo el mundo, hasta los mensajes en lenguaje políticamente correcto de los partidos-, usar o mejorar una idea ya preexistente se considera delito de plagio.

No lo es en absoluto. Ni desde un punto de vista legal, faltaría más, ni desde un punto de vista moral. Nóbrega ha dicho -con muy bien criterio- que nadie es propietario de una supuesta prerrogativa a pintar multitudes. Tiene absolutamente toda la razón: hay gente que espera vivir de una idea -una idea que ya antes que él alguien ha usado, porque ya todo está más que escrito y dibujado- por los siglos de los siglos. Las redes dan altavoz a quienes ya de por sí se desgañitan gritando, y tienen además el efecto de convertir las voces en ecos y los ecos sumados en pura cacofonía.

El cartel de Nóbrega es -a mi personal juicio, porque los gustos son siempre opinables- una pequeña obra de arte, que consigue exactamente el efecto que se espera de un afiche que quiere promocionar el carnaval: es divertido, simpático y muy moderno. Nos retrotrae a un carnaval festivo, licencioso, apelotonado y amable que conocimos perfectamente. El carnaval para todo el mundo de nuestra infancia y juventud. Nóbrega lo plasma con elegancia y estilo. Es un gran artista. De los mejores que tenemos en publicidad gráfica en las Islas. Sus detractores son probablemente gente mediocre. Y muy envidiosa.