Allí, más atrás, creo que me quedé anclado. En mi época de estudiante en Inglaterra, Dinamarca y Suecia bailaba al ritmo de ABBA. Pinchaba salsa y cumbia en una discoteca que se llamaba Bananas Republik para ganarme unas perras, e incluso recuerdo cuando me gané 5.000 pesetas por hacer de intérprete en el concierto de Michael Jackson en Tenerife. Vi el concierto gratis y me pagaron.

Allí, más atrás, era diferente. La semana pasada volví a tocar el piano en casa de mis padres. Poco, porque casi se me ha olvidado. Pero los dedos reconocieron las teclas. Fue una sensación feliz, nunca se olvida. Es como el sabor del primer beso. Allí más atrás, recuerdo que me creía el dueño del mundo y veía el miedo en los ojos de mis enemigos. Y entonces, con el tiempo, descubres que tu castillo está sobre arenas movedizas.

Allí, más atrás, escuchaba mi bendita radio hasta la madrugada mientras estudiaba. Allí, más atrás era bonito soñar con la televisión y a ella llegué. Y es lo que aconsejo a los pibes, que tengan ilusión, que no la pierdan y se sientan ganadores en sus guerras. Que sean auténticos revolucionarios por sus sueños. Que tiren el dado cada mañana sabiendo que van a ganar. Allí, más atrás, pudimos hacerlo. Ahora también pueden. Y sé porqué lo digo. No importa lo fuerte que golpees, si no que te golpeen fuerte y sigas avanzando.