La obsesión con el perdón y querer pasar página a la velocidad de la luz, como si no hubiera pasado nada, es tan contraproducente como la obsesión por la venganza. Debemos tomar conciencia de que muchas veces perdonar lleva su tiempo, y así evitaremos sentirnos presionados por ignorar o eliminar una emoción natural. Para que las heridas sanen, no solo basta con no tocarlas. También se necesita tiempo para cicatrizar. Lo mismo ocurre con las heridas emocionales.

También es importante aclarar que tenemos derecho a no perdonar. Cuando se trata de conflictos de alto impacto, la psicoterapia es fundamental para ayudar a las personas a aceptar lo sucedido y fomentar el proceso de perdón, que no tiene por qué suponer una reconciliación con el ofensor, sino de liberación personal. Dejar salir la emoción del rencor, ira, frustración, etcétera. Esa emoción molesta e incómoda que mantenida en el tiempo enferma sólo al que la siente.

Es cierto que son muchas las veces donde, dejándonos llevar por un estado emocional un tanto irascible, tomamos serias decisiones sin pararnos a pensar si realmente merece la pena tomarlas o no. O si esas decisiones van a generarnos más quebraderos de cabeza que beneficios. En estos casos, en terapia practicamos dos caminos:

1.- Prioriza la intención. Absolutamente todos cometemos errores. Cuando alguien te decepcione, esfuérzate en encontrar la razón o motivo por el que esa persona hizo algo que te desagradó. Lo habitual es enfocar solo a lo sucedido y muchas veces la intención es protegerte o facilitarte la vida. Sin embargo, si no somos capaces de verlo, podemos tomar decisiones drásticas hacia personas importantes y con el tiempo arrepentirnos. Hazle saber que su forma de ayudarte no es la adecuada respecto a tu forma de ser. Valora si merece la pena darle la oportunidad de cambiar su forma de ayudarte. Su intención ha sido buena.

2.- Empatiza. Ponte en sus zapatos. Quizás desde tu situación actual jamás hubieras reaccionado así, pero ¿y si estuvieras viviendo sus circunstancias? ¿Realmente puedes poner la mano en el fuego que jamás actuarías de esa manera? A veces es muy sencillo caer en el error de juzgar en lugar de ponerse en el lugar del otro. No estar de acuerdo con lo que hizo pero entender por qué pudo llegar a hacerlo, ayuda a aliviar las emociones, liberar tensión y relativizar.

Por otro lado, se ha demostrado que practicar el perdón (pedirlo), nos ayuda a reducir el estrés, la ira y el dolor que puede suponer una determinada situación. Nos quitamos una carga, un peso. El principal beneficio de pedir perdón, es que una vez reconoces y expresas que has hecho algo inadecuado y que has podido perjudicar a otra persona, facilitas la limpieza de tu conciencia. Esa parte de uno que con frecuencia quita el sueño, el hambre, te hace sentir mal y deteriora tu día a día.

El peor enemigo del perdón es el orgullo. Asociamos el pedir perdón a debilidad y torpeza cuando lo cierto es que es un indicador de educación y valentía. Para pedir perdón, muchas veces hay que ser valiente, porque es muy difícil ser consciente y aceptar haber hecho algo mal y que además, haya tenido consecuencias negativas sobre otra persona.

Es cierto que pedir perdón aporta beneficios externos (a todos nos gusta observar que la persona que nos ha hecho daño, se ha dado cuenta de su error y se arrepiente), pero sobre todo, pedir perdón aporta beneficios internos. Podemos pedir perdón para liberarnos del rencor que nos quema por dentro, y esto no significa que tengamos que seguir manteniendo la misma situación. Podemos pedir perdón por nuestro error y aun así dejar de mantener una relación porque no nos compensa, pero liberándonos antes de todas esas emociones que no nos permiten mantener la paz interior.

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