Debo reconocer una cosa: detesto la expresión jugar en bolsa (que hago extensiva a cualquier inversión financiera). Entiendo ese componente de aleatoriedad. Ese riesgo sistemático que es imposible eliminar. La incertidumbre que nos depara el futuro. Pero invertir no es jugar.

Las finanzas no son una suerte de casino donde se apueste a una inversión. Solo los incautos, o los muy desinformados, se basarían en un sistema del estilo rojo-negro a la hora de acometer una inversión. Podemos desarrollar distintas estrategias, unas más técnicas y sofisticadas que otras. Sin embargo, hay una que suele funcionar y no es difícil ni de entender ni de aplicar: el sentido común. Así que volvamos a los básicos.

El primer paso no puede ser otro que entender en qué estamos invirtiendo, sea el activo que sea. Si se trata de una compañía cotizada, conocer bien qué hace, cómo lo hace, el sector en el que opera, sus competidores. Conocer si tiene una situación financiera robusta, un endeudamiento adecuado, productivo y sostenible. Si dispone de una tecnología, vinculación con sus clientes, o una posición competitiva que permita una ventaja consistente frente a sus competidores, que finalmente se traslade a sus márgenes y beneficios, a ser posible de manera creciente.

Al mismo tiempo, y cada vez más importante, conocer a su equipo directivo. Su capacidad, su desempeño, su visión de la compañía y la validez de su toma de decisiones. Su compromiso y coherencia; sus esfuerzos en la creación de valor para el accionista y la defensa de sus intereses.

Por tanto, el primer paso será encontrar una empresa con una idónea situación patrimonial, bien dirigida, y con una buena posición competitiva. Si éste no fuera lo suficientemente complicado, el segundo no lo es menos: valorarla. Porque el beneficio para el inversor está íntimamente relacionado con su capacidad para gestionar la dispersión entre las valoraciones de los activos y sus precios. Al fin y al cabo, se trata de comprar barato y vender caro.

Recuerden que gran empresa no implica necesariamente una buena inversión. Asimismo, una empresa que cumpla todos los requisitos anteriores puede estar correctamente valorada si su cotización ya incorpora todos esos elementos. También puede suceder que no encontremos ninguna opción en nuestro mercado natural, lo que nos obliga a ampliar nuestro universo de inversión.

Llegar a convicciones contrarias a la opinión de la mayoría no tiene por qué ser negativo si se ha hecho correctamente. Atreverse a realizar una gestión alejada de los índices selectivos puede ser un gran acierto. Incluso puede funcionar la opción de no estar invertidos en sectores de moda, o mantener unas pocas posiciones en cartera frente a carteras mucho más diversificas, no por ello más eficientes.

A la hora de invertir, empecemos por el principio. Entendamos qué hay detrás de la construcción de una idea de inversión, sus argumentos y la convicción de quienes la proponen. La coherencia de su ejecución. Empecemos invirtiendo en información y formación. Luego, todo será más fácil.

*EAFI. Asesoramiento Financiero y Servicios de Inversión

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