Para sus protagonistas las biografías son las escuetas relaciones de sus actos; para los biógrafos la tarea consiste en poner en valor vidas ejemplares; para los pueblos, memoriones y desmemoriados, los relatos vitales son testimonios de utilidad pedagógica por las virtudes que transmiten y una prueba de generosidad de quienes, casi siempre por inspiración personal, las perpetúan.

Con un sólido esquema y en apenas un centenar de páginas, mi colega y paisana Mara Cavallé retrató con fondo, perspectiva y detalle a un ilustre contemporáneo; describió, contrastó y enfatizó sus distintas facetas, concilió los ámbitos familiar, social y profesional, reveló la extensión y calado de sus inquietudes y saberes, compiló las definiciones más ajustadas y emotivas de sus amigos íntimos y sus compañeros y refirió su extensa bibliografía jurídica e histórica y los premios y distinciones cosechados en su larga y brillante existencia.

En coincidencia con el centenario de su nacimiento, la aparición de Marcos Guimerá Peraza (Kinnamon, 2019) es una excelente oportunidad para devolver a este género literario una de sus cualidades esenciales, como es la construcción de un relato con los recuerdos, diferentes y contrastados, de quienes conocieron, amaron y valoraron al protagonista. Con dos décadas de notable ejercicio profesional, Mara Cavallé actualiza y hace bueno el precepto conceptista sobre la brevedad, necesaria en todos los campos e inexcusable en este oficio nuestro que, con meritorias excepciones, se pierde muchas veces en la militancia, el interés directo y burdo y la bulla.

Conocí a Guimerá Peraza por encargo de Ernesto Salcedo y para hablar para El Día de José Murphy, rescatado del olvido por un notario que, en horas de asueto, nos descubrió a través de las personas -no hay mejores vehículos para transitar la historia- las luces y sombras del intenso siglo XIX, cuando los canarios celebraron la caída del absolutismo pero, a la vez, y tras la nueva división política, las dos orillas capitalinas se enfrentaron por la capitalidad provincial que recayó en Santa Cruz. En ese charco proceloso y en ese pleito interminable que, para nuestro mal, todavía salpica al Archipiélago, don Marcos transitó con tanta inteligencia y objetividad, con tan acrisolada honradez, que se ganó la admiración, el respeto y el afecto de las partes litigantes. El homenaje que le debemos ha descontado una cuota oportuna y brillante en la síntesis biográfica de Mara Cavallé, que leí en un rato apasionado entre las terminales de Los Rodeos y Gando y sobre el mar -a ver si nos enteramos de una vez- que, sobre todas las querellas, nos une.