La irritación por el acuerdo electoral entre CC y Nueva Canarias no se limita a las bases y los cuadros de la organización liderada por Román Rodríguez. El cabreo entre los coalicioneros grancanarios es singularmente intenso y quizás esté más justificado. Porque lo cierto es que, contra las bobadas histriónicas de los antoniomorales que se han podido escuchar en los últimos días, a quien más oxigena electoralmente la candidatura conjunta es a NC: Ana Oramas no necesita los casi inexistentes votos que puede aportar Nueva Canarias en la provincia occidental mientras que en la oriental los votos de CC serían imprescindibles -aunque quizás no suficientes- para que Pedro Quevedo regrese al Congreso de los Diputados. Lo que subleva a los responsables de CC de Gran Canaria es ejercer de nuevo como víctimas propiciatorias de un pacto sobre el cual no han decidido nada. ¿Otra vez contribuir para que Quevedo tenga un escaño? ¿Y para qué? ¿Para que, en el caso de que lo consiga, desde NC comience dentro de tres meses a descalificar de nuevo a Coalición Canaria y a caracterizar a sus dirigentes grancanarios como malignos o estúpidos satélites de ATI?

Sí, el pacto electoral con NC es muy cómodo desde Tenerife, pero para los que se mantuvieron leales al proyecto coalicionero es duro de tragar: los condena a buscar votos para la fuerza política que lleva trabajando quince años con el objetivo de borrarlos de Gran Canaria y casi lo ha conseguido. Han tenido que soportar incluso que Víctor Díaz -que en la sombra sigue teniendo cierto papel en la política interna de CC, como lo tuvo en el arriscado tránsito entre el paulinismo y el clavijismo- proclamara en alguna reciente reunión de la dirección coalicionera que si fuera grancanario "votaría por Nueva Canarias". Toda una delicadeza que muchos no olvidarán.

La desastrosa gestión de los resultados electorales de CC en las elecciones autonómicas del pasado mayo que practicaron Fernando Clavijo y José Miguel Barragán, y que desembocó en la pérdida de casi todo el poder institucional acumulado, no ha producido una contestación crítica contundente -dentro y fuera de Tenerife- por varios factores, entre los cuales no es el menor la dificultad de consensuar y articular una propuesta común entre siete territorios y una veintena de dirigentes con el fin de resituar lo que es de facto una federación de organizaciones insulares, definir una estrategia de oposición frente al Gobierno autónomo, remodelar un agenda política compartida por todos. El acuerdo entre CC y NC ha agitado aún más las aguas subterráneas del malestar, la decepción y la suspicacia y determinadas actitudes y encuentros previstos se han acelerado y otros se han improvisado en las últimas semanas. Y en su mayoría, los disconformes más activos -majoreros y grancanarios entre ellos- comparten algunas convicciones básicas y no precisamente negociables. Basta de Barragán y de Clavijo. Es imperativo reequilibrar poderes e influencias en la estructura de CC: la hegemonía tinerfeña debe pasar definitivamente a mejor vida. Y es del todo imprescindible abrir y democratizar el partido en un congreso de refundación que no sea de nuevo una excusa programática para seguir haciendo lo mismo: el próximo candidato presidencial debe ser elegido en primarias. Para empezar.