Salgo de mi casa, camino del trabajo. Antes de incorporarme a la autopista, me encuentro con un taxi monovolumen, cuyo conductor está cambiando un neumático por culpa de un pinchazo. Se trata de un pequeño percance, que nos puede afectar a todos porque conducir un vehículo es como respirar: necesitas las condiciones más óptimas para poder avanzar. Al mediodía, de vuelta, paso por delante de ese mismo sitio; el neumático está tirado en el suelo. Su dueño ni siquiera se lo ha llevado porque cree que tiene el derecho a utilizar cualquier espacio como vertedero. Es viernes y se celebra la Huelga Mundial por el Clima. Sonrío irónicamente.

Greta Thunberg, la joven activista sueca, se ha convertido en un icono mundial por su cruzada contra la destrucción de la Tierra por culpa de los procesos de contaminación a la que está sometida y su incidencia en el cambio climático. No le ha temblado el pulso al cuestionar las políticas que practican los gobernantes, su servilismo al poder económico y lo inútiles que son los acuerdos internacionales en relación a los aspectos medioambientales, dejando en sus manos un problema que debemos afrontar todos.

La dura realidad es que su presencia ante la Asamblea de la ONU ha sido el reflejo de una voz colectiva, pero también su manipulación como un muñeco de trapo por esos mismos gobernantes, que la han utilizado estratégicamente. No podían posicionarse en contra de ella para no atraerse una impopularidad global. Así que, recurrieron a un formalismo: dejar que se expresase libremente, reconociendo a continuación que es necesario cambiar sus estrategias medioambientales. Todos sabían que es mentira porque sus modelos económicos se sustentan en un uso intensivo de los recursos naturales y, sobre todo, porque hay que mantener una hegemonía mundial a toda costa, aunque eso suponga una contaminación a gran escala.

Al igual que sucede con las guerras, si el mensaje de denuncia proviene de un adolescente, su impacto es mayor en el contexto internacional. Esto se debe a que la mentalidad adulta ya se ha desarrollado bajo ideas y pensamientos dominantes, mientras que esos menores de edad, de corte angelical y voz crítica, representan una visión de quienes anteponen la naturaleza a las relaciones de dependencia entre las personas y sus efectos en el entorno.

El problema no radica en esos gobernantes, sino en nosotros, que debemos asumir una nueva forma de pensar para garantizar un desarrollo coherente. No es lícito salir a la calle demandando un cambio global y que horas más tarde volvamos a un modelo de consumo que genera millones de toneladas de residuos. La producción de plástico es tan grande que es imposible reciclarlo en España, por lo que le buscamos destinos internacionales como China, que hasta hace poco era un vertedero mundial: lo compraba para su procesamiento y reciclado, pero a costa de destruir su ecosistema.

El país asiático ha paralizado esta empresa y ahora el primer mundo busca quien le sustituya, también en Asia. Por eso, siempre se recurre a las sociedades más pobres, manipulables o dispuestas a pagar un precio por su desarrollo para que asuman ese papel, que a su vez garantiza que el primer mundo pueda seguir produciendo residuos a gran escala, mientras su población lava su conciencia defendiendo políticas ambientales correctas.

Realmente, para los poderes político y económico no existe una preocupación por las cuestiones medioambientales. En caso contrario, no se celebraría el actual Mundial de Atletismo en Doha, caracterizado por un despilfarro en el consumo de electricidad, y tampoco se permitiría el lanzamiento al espacio de transbordadores ni que la Tierra estuviese rodeada por millones de toneladas de chatarra espacial. Para ellos, Greta es un daño colateral porque saben que el resto seguiremos dejando neumáticos en el camino.

*Licenciado en Geografía e Historia