Algunos optimistas apuntaron que el apagón de ayer podría servir para colaborar en la recuperación de la tasa de natalidad de Tenerife. Es improbable. Casi la mitad de la Isla disponía ya de energía eléctrica cuando llegó la noche. Y, sobre todo, una esperanza como la formulada implica un escaso conocimiento de los tinerfeños. Lo que podía verse en las calles de Santa Cruz ayer es el mismo espectáculo letal de cualquier domingo, pero salpicado por un generalizado malhumor, con restaurantes y cafeterías cerrados o con los cierres echados, esperando la resurrección eléctrica. En El Imperial se servían bocadillos a toda prisa, gracias a la prudente idea de haber conservado planchas y cocinillas que funcionaban con gas butano. El ambiente general era de una irritada resignación. El domingo se ponía cuesta arriba. Si sobrevivir a un domingo chicharrero siempre es duro, algo a medio camino entre un ataque de chinches y el apocalipsis zombi, un domingo sin pizza, sin televisión, sin la excusa del bareto por la tarde para ver al representativo blanquiazul (como dicen los locutores de radio con unción patriótica) es algo muy próximo a una monstruosidad inconcebible. Las mujeres apretaban los dientes. Los hombres cerraban los ojos esperando un milagro. De repente se escuchó el traqueteo del tranvía. Varios tipos se asomaron a la puerta de El Imperial con las caras iluminadas. "Ha vuelto la luz", susurraron como ante un milagro de la más bonita, la más morena, "ha vuelto la luz". Alguien aclaró que el tranvía tenía su propia línea eléctrica, la ven, el cable ese que va por arriba, y que en el mejor de los casos verlos rodar otra vez significaba que había regresado la energía eléctrica en Taco.

-¿Y por qué en Taco?

-No lo sé.

-Precisamente a Taco. ¿Por qué Taco? Eso es raro.

-No sé.

-Usted no sabe nada. Ponme otro de pollo.

-Pollo con todo.

-Sí, y ponle una pila también. La madre que los parió.

Los daños materiales del apagón se elevarán a millones de euros, pero los daños psicológicos han sido importantes y, de prolongarse la situación, podría haber sido irreversibles. El canario en general, pero el tinerfeño muy en particular, se resigna, seguramente demasiado, a las peores situaciones materiales, pero no a que se le obligue a un domingo sin otra cosa que hacer que mirarse fijamente y ponerse a hablar, sin que lo interrumpa el fútbol, la llamada de la prima que además es peluquera, las series de televisión y la visita a los centros comerciales. Un rato de novelería es soportable. Pero después viene la bajona. Algún alma de Dios comenta al lado que ojalá más apagones, que en su bloque de apartamentos los vecinos se han puesto a hablar en la puerta y los niños juegan en las aceras. Los parroquianos lo miran como si estuviera chiflado. Yo lo miro con moderada fantasía. Si el apagón durara tres días más -tres días laborables, con colegios e institutos, sin energía en supermercados y consultorios médicos- gente como él, sonriente al ver la comunidad en todo su esplendor, estarían entre los primeros asesinados.