Íñigo Errejón es un noventayochista. Le duele España, como a mí me duelen las piedras en el riñón: algo mortificante, inacabable, una tortura melancólica, pero jodida. Francamente lo que le escuché ayer me sonaba más a Unamuno que a Gramsci. Todos los pibes y pibas que le precedieron mostraban camisas y camisetas tan bien planchadas que provocaban el llanto, cortes de pelo modestos, pero impecables, una dicción suave de quien nunca ha tenido motivos para gritar. Hijos de una mesocracia más o menos acomodada e ilustrada que pueden pagarle al retoño un doctorado en Ciencias Políticas, algunos todavía dejan su diente de leche bajo la almohada esperando, a la mañana siguiente, encontrarse con una revolución. Una revolución verde y sin lactosa, ergonómica y bien educada, por supuesto. Errejón quiere más España, más país, más patria, porque la patria cohesiona voluntades, porque sin patria no existe el fermento de una comunidad identitaria fuerte y volcada en el cambio y el progreso. Ayer, a última hora, algún analista sugería que este españolismo progresista del errejonismo podía terminar siendo un impedimento para pactar con potenciales socios territoriales de carácter nacionalista o regionalista. Es un análisis encantadoramente naif. Si existe una opción elástica a la hora de trenzar pactos y acuerdos electorales es el nacionalismo. Cualquier nacionalismo. Lo que Compromís quiere -por ejemplo- es formar parte de un bloque que realmente llegue a acuerdos con un Gobierno socialista sin correr el riesgo, a medio plazo, de ser engullidos por el PSOE en su propio feudo.

Por eso mismo Luis Campos, el portavoz de NC en el Parlamento regional, no ha mostrado ninguna extrañeza cuando se le ha preguntado si están dispuestos a hablar con Más País. Por supuesto. El país del que se trate les da lo mismo. Lamentablemente el equipo de Errejón, vistos los antecedentes de Pedro Quevedo y lo ajustado de los resultados, no estará particularmente dispuesto a cederle la primera plaza al amigo platónico de Román Rodríguez. Y no le regalará el primer puesto de la lista. Circula la especie de que Rodríguez opta prudentemente por un acuerdo con Coalición Canaria para el 10 de noviembre, mientras Antonio Morales prefiere casi cualquier otra opción, sin excluir la Iglesia del Espaguetti Volador. Es posible, aunque la representación en el Congreso de los Diputados no es la máxima preocupación del vicepresidente, más interesado en seguir dilatando sus vastos dominios e influencias, colocando a uno de los responsables de su Sociobarómetro (un CIS chiquitito, más bien un CHIS, que se inventó como aparato de propaganda durante su etapa presidencial a principios de siglo) al frente del Instituto Canario de Estadística, interviniendo en la política de comunicación -algún director general le debe a medias el cargo- o fichando al próximo presidente de la corporación Radiotelevisión Canaria. ¿Las elecciones generales? Por supuesto que son importantes. Pero lo fundamental es atornillarse en el poder, conocer toda la información del último movimiento en el Gobierno como la palma de la mano y crear -lo está haciendo casi sistemáticamente desde un principio- una congregación de fieles y leales y un eje de relaciones con responsables de otras administraciones públicas. Hay que estar preparado. Preparado para todo. Preparado incluso para lo que tú mismo estás preparando, o no.