En 1999 Rem Koolhaas se encontraba visitando São Paulo con motivo del evento del Grupo de Intervención Urbana Arte Cidade. Convocado el laboratorio para mejorar los espacios urbanos de la ciudad, el estelar arquitecto posó su mirada en el edifico São Vito conocido como Treme Treme, literalmente Tiembla Tiembla. Es un edificio de 25 plantas ocupadas ilegalmente en el centro de la ciudad. Subió hasta el último piso paso a paso por la escalera y al alcanzar la cima decidió que su intervención debía girar alrededor del papel de la máquina en la arquitectura.

Su propuesta consistía en colocar un ascensor nuevo y sencillo para dinamizar el área ofreciendo una comunicación desde la última planta hasta la calle. Un ascensor que conectaría la vía pública con la azotea, atravesando la intimidad del edificio y sus espacios privados. A los patrocinadores y promotores del evento les pareció una propuesta cara, ausente de motor cultural, por lo que Koolhaas decidió acudir al mismísimo Schindler (dueño de la famosa compañía de ascensores) para contarle el proyecto y buscar apoyo.

Cuando parecía que las negociaciones avanzaban, sucedió algo que el arquitecto no esperaba en absoluto. La propia comunidad del edificio se manifestó exaltada en contra del proyecto. Los habitantes de esta ciudad vertical querían seguir siendo invisibles ante la sociedad. Un ascensor público los convertiría en seres vulnerables, los expondría al mundo. Y esto les provocaba terror.

Tradicionalmente, los desafíos urbanos se han tratado de resolver sin entender profundamente los deseos, necesidades y realidades de los habitantes de un lugar. Sin poner a las personas en el centro. Koolhaas actuó con buena intención, pero olvidó hacer las preguntas adecuadas. Sobre todo olvidó ponerse en la piel de los vecinos de Treme Treme. No consiguió escapar de su perspectiva occidental.

"Las ciudades se leen mejor con los pies" decía Borges, por esta razón durante el curso pasado, en un ejercicio de familiarización con la ciudad, los estudiantes de segundo de arquitectura de la Universidad Europea de Canarias se sumergieron con mirada curiosa en el santacrucero barrio de La Alegría.

Sus pies les llevaron a recorrer las calles y a observar con asombro la vivienda autoconstruida. A escuchar a sus gentes. A comprender la historia del lugar a través de la memoria oral de las familias. A preguntar a profesores de colegios e institutos. A conocer los hechos históricos en sus contados monumentos. A reconocer el orgullo y sentido de pertenencia al lugar en la mirada de los habitantes.

Empapados de barrio, se lanzaron a proponer ideas que nacían de lo aprendido y analizado. Desde un parque de juegos con materiales recuperados del almacén del puerto, pasando por un mercadillo de sábado por la mañana, hasta un sistema de paradas de barrio entre vecinos para llevar a los ancianos a sus encaramadas casas.

El ejercicio con los estudiantes es un primer paso para acercarnos a la complejidad de los lugares. Y este ensayo es un primer paso para dominar una poderosa herramienta para mejorar la vida de las personas, la empatía.

*Profesora de la Universidad Europea de Canarias, arquitecta y diseñador estratégico