La frase llega casi construida a la cabeza, justo al salir del agua: "Los baños de mar en septiembre avanzado tienen en el Norte una dimensión sacramental". En fin, dicho está, ahora hay que traducirlo a un contexto desecado de todo rastro místico. Probemos. Sacramento: transformación, pero sin dejar de ser el que se es. Ya lo hay en la inmersión en agua salada, y en la mar, criatura con sus propias formas de vida: latencia de poder, movimiento, modos de su piel, criaturas íntimas, estados del humor entre transparencia y turbiedad, refracciones de la luz y la imagen, cambiantes cromatismos. Pero este tiempo septembrino añade a ello el rito del paso a su temperatura, y, luego, la lenta acomodación a esta de la del cuerpo: una entrega. En la salida, después, hay cierta sensación de regreso a lo banal (la señal del cambio sacramental) con el frescor remetido en el cuerpo, como unción.