Según Borges, Babilonia no era "un infinito juego de azares", pero inventó una lotería por su condición no especulativa. En el caso español, puede que nadie sepa cómo somos, a pesar de todo lo que se ha dicho a lo largo de nuestra historia. Buena parte de los ensayistas de este país han tenido tan acendrado el sentimiento nacionalista que han llenado las bibliotecas de visiones diversas, desde la mágica hasta la propia del realismo cutre. La mayoría de los estudiosos del alma hispana están convencidos de que en las tierras que componen nuestro paisaje se manifiestan con frecuencia los protagonistas del santoral, que no dudan en ponerse al mando de los ejércitos con objeto de defender el territorio de las hordas extranjeras que pretenden invadirnos, o para impedir la impregnación por ideológicas satánicas que vienen de oriente. Esa afición de los santos por materializarse en España puede tener que ver con el hecho de que esta es la tierra de María Santísima, icono de múltiples tradiciones, que gusta de arribar a las costas atlánticas o mediterráneas, a veces con la piel pálida y a veces con cierto moreno que nunca se sabe si es de origen genético, o el resultado de haber tomado el sol durante el viaje. Es posible que tanto interés por descifrar la esencia de lo español -concepto tan etéreo como pretencioso- en el fondo oculte la incapacidad de dichos ensayistas para hacer literatura, lo que les impulsa a una actividad y les dota de un estilo que permite vivir con cierta comodidad sin la necesidad de disponer de un talento siquiera superior a la media. En cualquier caso, en parte como consecuencia de la variedad de los cruces -entre visigodos, moriscos y quincalleros- y en parte por el colorido del entorno, si hay algo que constituye un elemento diferenciador, de norte a sur y de este a oeste, puede que sea la condición bipolar, es decir, la irresistible tendencia a definirse como seguidores de Joselito o de Belmonte, de Ramón o de Cajal. Lo cual puede que también sea producto de la influencia de las múltiples vírgenes, que no se limitan a dar nombre a las fiestas locales, sino que, como muestra de su consolidada presencia social, acaban presidiendo corporaciones de forma permanente y sin posibilidad de revocación. El carácter bipolar y el profundo contenido religioso del mismo se manifiesta de forma curiosa en las organizaciones políticas y en el funcionamiento parlamentario. Aunque impregne casi todos los discursos políticos, en el fondo es difícil saber a quién representan, ya no los líderes, sino las propias militancias, que suelen caminar en fila con la disciplina de las hormigas y solo pueden dialogar dentro de cada hilera. Lo malo de esta tendencia es que la dualidad religiosa no solo alimenta recíprocamente a los seguidores de cada credo, sino que acaba diseñando un escenario y una acción política que se justifican en sí mismos, en lugar de hacerlo por la búsqueda de soluciones a los problemas de la gente.