Cada vez resulta más difícil entender el lenguaje críptico, rebuscado e ininteligible que usan, ése lenguaje tras el que los políticos esconden su propia inutilidad para comunicar ideas, proyectos o compromisos. Lo que dicen, lo que nos dicen y se dicen entre ellos en público (en privado hablan el idioma del común), es pura fraseología proclamada entre tecnicismos incompresibles pero cantarines, como el latín de las misas tridentinas. Los giros y expresiones verbales de nuestros dirigentes, simiescamente imitados por los media y masivamente repetidos, son -como el arcano lenguaje de las sacristías- lengua muerta que sale de sus pomposas bocas. Anteayer, Sánchez se descolgó pidiéndonos que hablemos en estas elecciones "más claro" de lo que ya lo hicimos en las pasadas. Lo repitió varias veces durante la entrevista que ofreció -como se ofrece un refrigerio en un velatorio- en La Sexta: "Los españoles han dicho claro en cuatro ocasiones el pasado mes de abril y de mayo que España quiere caminar por la senda progresista y que quiere avanzar con justicia social. Les pediremos el próximo 10 de noviembre que lo digan aún más claro", dijo, relamiendo cada frase con parsimonia. "Más claro", entonces. Tenemos que hablar más claro€

Yo creo que resulta indecoroso pedir a los votantes más claridad. El voto no es un veredicto colectivo, sino el ejercicio individual de un derecho. Los ciudadanos no emiten un mandato imperativo con sus votos, lo que hacen es delegar -en quienes eligen- la facultad de representarles. Una parte de los ciudadanos eligieron votar a los socialistas, y otros decidieron votar otras opciones. Sobre el papel, parecía fácil llegar a acuerdos, que el PSOE podía haber alcanzado por la izquierda o por la derecha. El único mensaje claro de cualquier elección es que quien las gana -en este caso el PSOE- tiene la obligación de intentar gobernar. Es más fácil conseguirlo si se gana con una amplia mayoría, pero el vencedor tiene que intentar gobernar en cualquier caso. Y así lo entendió el propio Sánchez cuando dijo con cierto grado de soberbia aquello de que gobernaría el PSOE, "sí o sí". Ese "sí o sí" también fue un mensaje claro, pero falso, porque Sánchez pretendió que los otros partidos le apoyaran por la jerola, sin llegar a acuerdos, y la cosa no fue "sí o sí", sino justo todo lo contrario.

Al grano: que Sánchez nos pide "más claridad", pero lo que nos ofrece a cambio es la misma confusión de siempre: si Sánchez quiere mi voto, o el suyo de usted, debería explicarnos qué va a hacer con él, además de vivir en Moncloa y cambiar otra vez el colchón de la cama presidencial. Debería explicarnos por qué no tenemos aún gobierno, por qué no quiso acuerdos con nadie, por qué se negó a un pacto de izquierdas -el PSOE de aquí lo está ensayando- o a un pacto con Ciudadanos, si es que Podemos no le gusta ahora. Debería dejar claro -más claro, menos confuso- si está dispuesto a dejarse apoyar por los separatistas, y qué pagaría por ese apoyo, si un indulto, tres ministerios, una Constitución nueva o un plan de infraestructuras financiado con el dinero que le niega a otras regiones.

Es cierto que hace falta más claridad. Pero no de los votantes. Hace falta más claridad suya, de él, de Pedro Sánchez.