Si nos acordamos del entrañable personaje de cuentos Peter Pan, recordaremos a ese niño que nunca se hacía adulto y vivía en una hermosa fantasía. Cuando somos niños, todos queremos ser adultos para poder vivir con libertad, sin normas y límites y así poder hacer lo que realmente nos plazca. Sin embargo, cuando somos adultos nos encantaría volver a esa infancia sin responsabilidades ni problemas que afrontar. En algún momento, todos hemos pensado así y es normal haberlo hecho, pero tomar la actitud de no asumir ningún tipo de responsabilidad ni compromiso ante la vida e intentar inmortalizar esa época, puede convertirse en un problema. Coloquialmente lo llamamos el Síndrome de Peter Pan, refiriéndonos a "esas personas que no saben dejar de ser niños para pasar a ser hombres". Puede aparecer en mujeres y hombres aunque es más común en estos últimos. Lo cierto es que hay quienes aceptan que la edad pasa, y otros mueren siendo Peter Pan.

Seguramente todos conocemos a algún Peter Pan. Personas cuyo comportamiento y visión de la vida, en muchos de sus ámbitos (social, laboral y sobre todo afectivo), no es acorde con su edad cronológica. Aunque de cara a la galería se muestran siempre con una sonrisa, viven la vida de manera intensa (sin límites), divertidos y seductores, lo cierto es que detrás de esa máscara se encuentra una persona inmadura, irresponsable, con rechazo hacia los deberes propios de un adulto e inmensamente inseguro, sobre todo en el campo afectivo. Personas con miedo a la soledad pero también al compromiso. ¡Gran contradicción! Demandan grandes dosis de afecto y por esto mismo necesitan a alguien a su lado para cubrir su vacío, pero cuando la relación avanza y toma el aroma de algún tipo de compromiso, huyen por miedo al fracaso y al abandono. Quien es Peter Pan sufre muchísimo. Personas que con frecuencia sienten ansiedad y tristeza llegando incluso a padecer sintomatología depresiva, ya que intentan retener su infancia o adolescencia indefinidamente y no saben o no quieren aceptar las obligaciones propias de su edad, sintiéndose frustrados. Al evitar todo tipo de responsabilidades, no desarrolla su crecimiento personal, por lo que a su vez se deteriora su autoestima.

1. Fundamental el papel de los padres. No caer en la sobreprotección solucionando todos los problemas del niño. Importante enseñar a medida que los niños crecen, que la vida real no es el país de Nunca jamás. Enseñar que hay que asumir responsabilidades propias de su edad y las consecuencias al no cumplirlas. De esta manera evitaremos, por un lado, que en la edad adulta quiera seguir viviendo en esa fantasía en la que se crío, y por otro, que no aparezca la frustración y decepción cuando baje de la fantasía y aterrice en la realidad. Tu hijo no va a ser más feliz porque le hagas la vida más cómoda. Lo será de igual manera aprendiendo a resolver problemas. Ojo, porque las consecuencias aparecen a largo plazo.

2. De igual importancia es no educarlos con un estilo rígido y con carencias afectivas. El estilo militar déjalo para el cuartel. En casa apuesta por el equilibrio y el afecto. Atribuir responsabilidades que no son propias para su edad y educarlos en un ambiente de exigencias, olvidando que son niños y pretendiendo que se comporten como adultos, puede provocar que en la edad adulta sienta el deseo recuperar esa infancia perdida.

3. En terapia, el primer paso es aceptar que no se puede vivir sin asumir responsabilidades. Una vez aceptado, les enseñamos herramientas y estrategias a la hora de resolver conflictos y toma de decisiones para hacer frente a responsabilidades del día a día.

Lo cierto es que los padres tienen un papel fundamental como agentes preventivos de este problema.

www.tamaradelarosapsicologa.es